Sobregiro planetario

Publicado el 06 agosto 2023 por Jmartoranoster

 NERLINY CARUCÍ 

En «Pensar a fondo», de manera reiterada, hemos indicado que, si queremos tejer otra manera de vivir que no sea la moderna/colonial, debemos crear otro concepto de ciencia, capaz de humanizar las relaciones humanas y la relación con la naturaleza entera. Quizá uno de los aspectos más esquivos en el debate global actual es la magnitud y las implicaciones que tienen, hoy, cuatro siglos de relaciones de dominación y explotación de lo que, culturalmente, nos ha dado por llamar «naturaleza». Los imaginarios dominantes de consumo y contaminación —de todo lo que nos rodea— han devenido, por un proceso acumulativo y exponencial, en un caos de los sistemas ecológicos globales; un fenómeno que identificamos como crisis ambiental planetaria.

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Entre los indicadores más diáfanos para visualizar la irracionalidad del modelo científico-tecnológico de la sociedad moderna/capitalista destaca el día del sobregiro de la Tierra, una expresión que se emplea para referirse al día en el que la humanidad agota los recursos que la Tierra produce en todo un año. Este indicador se basa en la medida de la huella ecológica de un territorio; esto es, una sumatoria del consumo de materia y energía (incluida la emisión de desechos) de un territorio, en relación con la biocapacidad existente; es decir: con la disponibilidad natural de materia y energía propias de la misma superficie. Así, la huella ecológica puede ser calculada para un hogar, un caserío, una institución, un país o, incluso, para el planeta, en general. Como todo indicador, el día del sobregiro del planeta carece de apropiadas representaciones de la realidad; pero su impacto informativo es muy útil para el debate necesario e impostergable.

En 2023, el día del sobregiro de la Tierra ha sido establecido para el 2 de agosto. Esta fecha marca el día en que la humanidad, como un gran promedio, ha consumido los recursos y servicios ecológicos que la capacidad de la Tierra puede ofrecer y renovar en un año. En otras palabras, a cinco meses de fin de año, la Tierra ya agotó todos sus recursos para 2023. A partir del 3 de agosto de este año, consumiremos los elementos esenciales para la vida de las presentes y futuras generaciones. Definitivamente, está operando un modelo de sociedad que se basa en la injusticia intergeneracional, sin hablar de su intrínseca capacidad de producir y reproducir pobreza en el presente.

Llegado este día, científicos/as, políticos/as y comunicadores/as esgrimen sus análisis e imponen imaginarios —¡claro está!, no hablarán de la modernidad, como proyecto expansivo del capital ni como raíz pivotal de la crisis ecológica—. Por el contrario, recurrirán a su chivo expiatorio favorito, uno que llevan décadas posicionando: «Somos muchos» (pero, irónicamente, no sobro yo). A pesar de ello, este sencillo indicador mundial adquiere más interés cuando lo desglosamos por naciones. Veamos.

Somos muchos. Si tomamos a los siete países más poblados del mundo (Nigeria, Brasil, Pakistán, Indonesia, Estados Unidos, India y China, de manera creciente) encontramos que, para el 31 de diciembre del año 2022, Nigeria, Pakistán e India no recurrieron al cochinito: vivieron con lo que tenían. Indonesia lo rompió el 3 de diciembre; y Brasil, el 8 de agosto. Solo China y los Estados Unidos lo hicieron en la primera mitad del año, con la gran diferencia que China lo hizo en junio y los Estados Unidos, de milagro, llegaron a marzo, con su enorme territorio, pero diminuto cochinito. Esto es, el mundo necesitaría más de 4 planetas para tener un modelo de vida (¿de muerte?) como el de los Estados Unidos —incluyendo a sus cuarenta millones de personas viviendo en la pobreza—. De más está decir que un grupo muy grande de países de África y de Asia, con abundante población, no alcanzan el día del sobregiro; tienen excedentes. De modo que la hipótesis de «somos muchos» es endeble y, si no, vergonzosa.

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En vez de muchos, ¿será que somos muy high tech? Una breve mirada a los países que ya consumieron su saldo de naturaleza no humana —correspondiente al año en curso—, para el mes de mayo, nos muestra a casi todos los países europeos, además de los Five Eyes (la alianza de espionaje de los Cinco Ojos: Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos) y los connotados portadores de tecnologías de punta, como Corea del Sur, Japón, Arabia Saudita o Catar; todos ellos, para mediados de año, estaban en deuda con los pobres del mundo y con las generaciones por venir. Esta panorámica parece reflejar que el problema de la huella ecológica es un problema más de Occidente, y de su desarrollo científico-tecnológico, que del exceso de población. ¡La crisis ambiental global no es una crisis antropogénica: es una crisis occidentalogénica!; más adentro: una crisis de un patrón de conocimiento que está en guerra con la vida y que extrae la fuerza con la que la madre tierra nos ha sostenido y nos sostiene. Es un hecho que la expansión del modelo industrial, con la vida urbana y los imaginarios asociados a este modelo, requiere una profunda evaluación. Como lo sentenció Herbert Marcuse, décadas atrás, la sociedad moderna/capitalista «se caracteriza antes por la conquista de las fuerzas sociales centrífugas por la tecnología que por el terror, sobre la base de una abrumadora eficacia y un nivel de vida cada vez más alto». Así hemos aprehendido, subjetivado y constituido en nuestra conciencia su sistema de valores.

Tecnologías como la agricultura de precisión, los carros eléctricos, las turbinas eólicas o los paneles solares, la robótica, la inteligencia artificial, las tecnologías de telecomunicaciones de quinta generación (5G), la nanotecnología o los superconductores nos mantienen alejados de la responsabilidad de pensar, a fondo, en las raíces de la dramática realidad que debemos asumir y transformar, para no seguir recayendo en lo mismo que la ciencia moderna ha producido y sigue produciendo: el agotamiento de las fuentes de reproducción de la vida. La conquista científica de la naturaleza no humana contribuye a la borrachera mítica baconiana/cristiana —cimentada en el milagro divino, ahora científico/tecnológico— que nos lleva a pensar que la ciencia moderna nos salvará de la crisis ecológica; pero, más aún, nos salvará de dejar de consumir como lo hacemos actualmente, para que florezcan intactos los sueños de bienestarcrecimiento, desarrollo progreso que aparecen, ahora, como los más viables y deseables.