Sobrenatural nº04

Publicado el 26 abril 2017 por Actiontales


Título: Zombie Land (I)
Autor: Federico Hernan Bravo
Portada: Ozakuya
Publicado en: Abril 2017
Por culpa del poder del Necronomicón, el infierno se ha desatado en la Tierra, y los muertos se han levantado de sus tumbas, los zombies caminan a sus anchas, sembrando el caos y los Winchester, sin la ayuda de Castiel, tendrán que tratar de sobrevivir y salvar el mundo de nuevo ¿lo conseguirán esta vez? ¿O será demasiado tarde?


Su familia tiene una tradición familiar: Son Cazadores de monstruos. Dean y Sean Winchester deben enfrentarse a todo tipo de criaturas sobrenaturales salidas de las más aterradoras pesadillas, recorriendo el país dando caza a los entres y criaturas más terroríficas.
Creado por Eric Kripke
 1El Amanecer de los Muertos Cleveland, Ohio.  Interior de una iglesia.    El servicio fúnebre comenzó a aburrir a Nancy apenas el cura empezó a hablar en el atrio sobre la resurrección. Al lado del hombre, el cajón con el tío abuelo Edward yacía abierto. Todos podían ver al anciano y rendirle sus últimos respetos. Todos lloraban y se lamentaban por su muerte, ocurrida a los sesenta y cinco años de edad. No estaba casado, pero dejaba al resto de sus parientes (incluidos los padres de Nancy) una cuantiosa fortuna. Sí. Todos lamentaban su perdida, pero secretamente se alegraban de que el viejo gruñón hubiera estirado la pata. Ahora habría dinero de sobra para todos. A Nancy nunca le cayó bien el viejo y el disgusto era mutuo. Edward siempre le recriminaba su poco compromiso con el mundo. Para él era inconcebible que una chica de su edad todavía no tuviera pretendiente ni deseos de casarse y ser madre. Era inaudito que Nancy no se preocupara por esas cosas. En su época, las mujeres sí que sabían cual era su lugar: sabían que debían preocuparse por complacer a un buen esposo y atender a sus hijos. ¿Es que Nancy no pensaba casarse nunca? Que desperdicio. Cosas como aquellas hacían que, en el presente y mientras el sacerdote hablaba sobre aquello de “nuestros seres queridos volverán”, Nancy le prestara cero atención y sentada junto a su familia en la fila de bancos al fondo de la iglesia, decidiera ponerse los auriculares y encender su MP3 para escuchar música mientras iba el sermón. En sus oídos, empezó a sonar Johnny Cash. El tema era: “When the Man Comes Around” (Cuando el Hombre venga por Aquí). “Y escuché, como venia, el sonido del trueno: una de las cuatro bestias diciendo: “ven a ver”. Y yo vi. Y contemplé, un caballo blanco.”
Le encantaba ese tema. Desde que lo oyera como banda de apertura de una película de miedo, mientras pasaban los créditos, a Nancy le había fascinado cómo una canción tan graciosa podía ser usada por Hollywood mientras escabrosas escenas discurrían de fondo por la pantalla. Sin duda, era algo muy, muy bizarro. El que lo pergeñó debía tener como mínimo un retorcido sentido del humor. “Hay un hombre caminando por ahí tomando nombres,
Y decide a quien liberar y a quien culpar. No a todos se les tratara igual. Habrá una escalera dorada hacia abajo. Cuando el hombre venga por aquí.” Mientras la canción sonaba solo en sus oídos, el cura seguía hablando y gesticulando en el atrio…
-…Por que ya lo dicen las Sagradas Escrituras: “Él realmente se tragará a la Muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lagrimas de todo rostro”. Por eso, hermanos, nada deben temer. Dios mismo ha prometido que acabara con el sufrimiento y la muerte. “Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al Lago de Fuego”, sigue diciendo el Señor en Su Palabra. Confiemos, pues, en el día en que nuestros seres más queridos regresen junto a nosotros y ya no debamos rendir cuentas nunca más a la muerte. Imperceptible primero para todos, el cuerpo de Edward tembló. Un cambio brusco se produjo en su estado de inactividad. No tardó en abrir sus ojos. “Los pelos de tu brazo se erizan.
Al terror en cada trago y en cada sorbo. Para que participes en esta ultima copa ofrecida, O desaparecer en el suelo del alfarero. Cuando el hombre venga por aquí.”
Nancy fue la primera que se dio cuenta de que algo iba mal. Desde la distancia, vio cómo el cajón con el cadáver comenzaba a sacudirse. Justo cuando iba a abrir la boca para alertar a sus padres, el anciano se incorporó, con la mirada perdida, provocando el pánico y el estupor de los presentes.
 -¡Dios mío! – exclamó el cura. Se llevó una mano al pecho de la impresión, se quejó, y murió de un ataque al corazón.  La reunión degeneró en una cacofonía de gritos y lamentos; Edward comenzó a gruñir como una fiera enjaulada y salió de su ataúd de un salto imposible para alguien de su edad y condición física. Atacó al primero que se le cruzó enfrente. Con una voracidad bestial, arrancó de un mordisco el cuello de un hombre y devoró un buen bocado de carne. No estaba solo en su feroz ataque caníbal. El cura, que había muerto de la impresión, volvió a la vida también y ya se arrojaba sobre la gente, mordiendo y desgarrando. “Escucha las tromperas, escucha los gaiteros.
Cien millones de ángeles cantando.Multitudes marchan al gran timbal.Voces llamando, voces llorando.Algunos nacen y otros están muriendo. Es el Reino del Alfa y Omega.” Nancy y sus padres junto a otros, intentaron huir del horror, pero cuando abrieron las puertas de la iglesia un ejército de otros zombies venidos de las calles se coló dentro… y convirtieron el lugar en una masacre. “Y el remolino está en el árbol de espinas.
Las vírgenes están recortando sus mechas,El remolino está en el árbol de espinas.Es difícil para ti patear en contra de los aguijones.”  Nancy corrió desesperada hacia un rincón de la nave central. La iglesia era el escenario de una carnicería dantesca. Los muertos devoraban a los vivos y aquellos que fallecían se levantaban para seguir atacando a los que quedaban. “Hasta el Armagedón, no hay paz contigo, no hay paz.
Luego, el gallo llamará a sus pollos a casa.El hombre sabio se inclinara ante la lanzada.Y sus pies que le echan sus coronas de oro. Cuando el hombre venga por aquí.” Seis zombies rodearon a Nancy. Con estupor, la chica contempló cómo se abalanzaban encima suyo y la mordían, tironeaban de sus brazos y piernas. Su grito de atroz dolor se ahogó en un mar de sangre que salió por su garganta, mientras los muertos la despedazaban. “Quien es injusto, sea injusto todavía.
Quien es justo, practique la justicia todavía. Quien es inmundo, sea inmundo todavía. Escuche las palabras de largo por escrito.Cuando el hombre venga por aquí.” Fuera de la iglesia, la misma escena se repetía por toda la ciudad. La gente huía a las corridas perseguida por hordas de zombies hambrientos. Varios choques de vehículos se produjeron; hubo heridos y muertos. Estos últimos se levantaron y echaron a andar. “Escucha las tromperas, escucha los gaiteros.
Cien millones de ángeles cantando.Multitudes marchan al gran timbal.Voces llamando, voces llorando.Algunos nacen y otros están muriendo. Es el Reino del Alfa y Omega.”  La policía acudió en ayuda. Sus disparos efectuados eran inútiles para detener a los muertos. La horda de zombies literalmente los arrolló. Un policía pedía refuerzos por radio, justo cuando dos muertos vivientes lo atraparon: de un potente mordisco, uno de ellos le destrozó el cráneo como una nuez aplastada y junto a su compañero, procedieron a alimentarse con su cerebro. “Y el remolino está en el árbol de espinas.
Las vírgenes están recortando sus mechas,El remolino está en el árbol de espinas.Es difícil para ti patear en contra de los aguijones.” El mismo hecho se repetía en cada ciudad de los Estados Unidos y del mundo. En todas partes, aquellos que habían muerto volvían a vivir y atacaban a las personas. Con una rapidez de pesadilla, la maldición se extendió por toda la faz de la Tierra… “En la medida quintal y la libra centavo.
Cuando el hombre venga por aquí.” La canción terminó. A continuación, la voz de Johnny Cash sonaba como surgiendo de una radio mal sintonizada, recitando un pasaje de las Sagradas Escrituras. Nancy la oiría, pero no le prestaría atención. Con sus auriculares todavía puestos en las orejas y su MP3 en el bolsillo de su desgarrado traje, lo que quedaba de ella se paseaba por la calle, buscando nuevas victimas que devorar. “Y oí una voz en medio de las cuatro bestias. Y miré, y he aquí: un caballo pálido. Y su nombre, de quien estaba sentado en él, era Muerte…Y el Infierno le seguía.” 
2
Bienvenidos a Zombie Land Cuatro meses después.     
 El Chevrolet Impala negro atravesaba la ruta a toda velocidad. Ni Sam ni Dean hablaron en ningún momento del trayecto. El agreste paisaje a la vera de la carretera era el mismo kilómetro tras kilómetro: casas abandonadas, vehículos volcados e incendiados, césped alto y sin cortar; restos de basura acumulada en las calles, hojas sueltas de periódicos revoloteando en el aire sacudidas por el frío viento del otoño. Las ruinas de la civilización se abrían paso lentamente, mientras los Winchester avanzaban. No era lo único que cuatro meses después del Apocalipsis quedaba. Deambulando sin rumbo, dando tumbos algunos aquí y allá, hordas de muertos vivientes recorrían las ciudades y pueblos norteamericanos abandonados. En más de una ocasión, los hermanos habían tenido que parar para repostar gasolina y las criaturas les salieron al paso. En todas esas ocasiones, las balas de sus armas se hundieron en sus putrefactas carnes y las aniquilaron. Eran malos tiempos para andar desarmado. Dean casi le agradecía a Dios y a las leyes flexibles de los Estados Unidos para la portación de armas, por el inmenso arsenal que llevaban en la parte trasera del coche, en el baúl.
-Muy bien. ¿Dónde estamos? – preguntó al fin, agotado por haber manejado toda la noche.
-Déjame ver – Sam desplegó su mapa de carreteras – Hum… A solo un par de kilómetros hay un poblado llamado Gainsville.
-Otro pueblo – Dean suspiró ruidosamente – Si seguimos así, se nos acabara muy pronto la munición. Me pregunto si en Gainsville habrá alguna armería…
-Me conformo con que tengan un supermercado que no esté saqueado – Sam guardó el mapa – Ojala Bobby estuviera aquí.
Se hizo el silencio. Dean odiaba admitirlo, pero Sammy tenía razón. Ojala Bobby estuviera con ellos…
Desde que toda aquella mierda comenzara y los muertos se alzaran de sus tumbas para merendarse a la raza humana, los Winchester habían perdido todo rastro de su viejo amigo. Pese a todo, ambos no perdían las esperanzas de reencontrarse con él; si alguien podía sobrevivir a un Apocalipsis Zombie, ese seria Bobby Singer. Zombies. Dean no se lo podía creer. Las criaturas más bajas y bobas en la escala de lo sobrenatural. Las más idiotas. Ahora dominaban el mundo. Su número se contaba por millones y cada día había más.
El mundo se había vuelto loco. Hoy, los zombies se hacían con el poder. ¿Mañana? Buena pregunta. Ve tú a saber qué seria mañana, pero, ¿existía un mañana?
-Dios. ¡Que sueño que tengo! – Dean bostezó - ¿Habrá hoteles en Gainsville?
-No sé. Lo que sí creo es que no tendrán problemas con las vacantes…
Gainsville no era un pueblo muy grande. Apenas había zombies a la vista y eran de los lentos. Los Winchester conjeturaron que tal vez la mayoría de sus habitantes habían huido al inicio de la plaga. De todas maneras el lugar exhibía las mismas características que todos los otros por los que habían pasado: casas en ruinas y coches abandonados, símbolos omnipresentes del caos y el saqueo.
Detuvieron el coche en la calle principal y se bajaron. El frío viento otoñal arrastraba las hojas y quizás el olor a inmundicia cercana.
Un movimiento en un césped cercano llamó la atención de Dean. Con sumo cuidado, se acercó a ver. Arrugó la nariz.
-¿Sammy?
-¿Sí?
-Alcanzame mi pistola.
-¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Qué hay?
-Hazlo y no preguntes. Alcánzamela.
Sam obedeció, sintiendo curiosidad. De repente su hermano se había puesto serio, muy serio. Cuando le dio el arma miró hacia el césped y entonces lo entendió. Supo por qué Dean la quería. Un zombie yacía recostado en el pasto. Estaba en las peores condiciones de un cuerpo humano en pleno periodo de descomposición física. Carecía de miembros inferiores, pero pese a eso, al ver a los recién llegados gimió e intentó arrastrarse patéticamente para devorarlos. Dean apuntó la pistola a la cabeza del pobre monstruo. Vaciló. La seriedad de su rostro se trocó en tristeza. Sam comprendió a qué se debía. Aquél lastimero espectro era la vívida imagen del sufrimiento. La condición humana al desnudo. La representación de lo efímero que somos y lo débiles que estamos ante la muerte. Con todo eso en mente, Dean jaló el gatillo. La bala penetró en el cráneo podrido. El zombie dejó de moverse.
Los Winchester lo miraron un rato en silencio. Luego se volvieron hacia el coche.
-Creo que tal vez deberíamos revisar alguna de estas casas – propuso Sam, mirando alrededor – Podrían ser un buen lugar donde pasar la noche.
-No es mala idea. Escoge una.
-¿Qué tal aquella?
La casa elegida era una amplia residencia familiar. A Dean le pareció que estaba bien, pero primero deberían revisarla.
-Como Bobby diría: “Hay que asegurar el perímetro primero”.
-Pensé que ese era un dicho de papá…
-¿De donde crees que lo sacó Bobby?
La casa estaba silenciosa. Su estado era bastante mejor que las demás adyacentes a ella. Había tablones colocados en las ventanas y la puerta principal parecía bien sólida.
-Está cerrada – Sam movió el pomo de la puerta, sin conseguir abrirla.
-Eso solo nos deja dos posibilidades: una, la atrancaron para dejar a esas cosas afuera. O dos… para que lo que esté encerrado permanezca ahí dentro.
-No sé. ¿Crees que haya muertos ahí dentro?
-No me preocupa que haya muertos. Me preocupa que se muevan.
-Bueno, ¿Qué hacemos?
Dean lo pensó.
-Puerta trasera. O a lo sumo, una ventana que dé a la cocina o al baño.
Los Winchester saltaron una valla de madera y accedieron al patio. Estaba todo sucio, lleno de hojas. Un columpio solitario se balanceaba, movido por el viento. Una pelota pinchada yacía en un rincón, abandonada. La puerta trasera, a diferencia de la principal, parecía menos sólida y fuerte. Tenía una pequeña ventana. Dean decidió romper el vidrio para meter la mano y trastear con la cerradura. Consiguió sacarle el seguro y con la pistola en alto, entró. Apenas puso un pie dentro, el caño de una escopeta se apoyó en su sien.
-Da un solo paso más y disparo – dijo una voz.
Un hombre de piel negra había salido de un rincón, con el arma en sus manos. Temblaba. Se hacía evidente que estaba nervioso.
-Hey, amigo. Tranquilo. No sabíamos que hubiera alguien aquí.
-Cállate la boca. ¡Levanta las manos! Despacio. Y suelta tu arma.
Dean obedeció. El tipo temblaba mucho. Por experiencia, el muchacho sabía que la cosa podía acabar mal.
Justo en ese momento, Sam entró. El hombre desvió la escopeta hacia él. Dean actuó más que pensar. De forma arriesgada manoteó el arma y se la arrebató de las manos al sujeto. Sorprendido, el tipo retrocedió aterrorizado.
-¡Por favor! ¡Por favor! ¡No dispare! – suplicó, deshaciéndose en un mar de lágrimas - ¡Llévense lo
que quieran, pero por favor, no le hagan nada a mi familia!
Un chico y una mujer aparecieron. Temblaban también. Se abrazaron al hombre, asustados.
-¡Por favor, por favor!
Dean y Sam se miraron.
-Tranquilícese – el menor de los Winchester habló – No les haremos daño. Solo buscábamos un lugar donde descansar.
Dean le devolvió la escopeta al hombre. Sin poderlo creer, el sujeto los miró, atónito.
-Somos Sam y Dean Winchester – se presentaron – Estamos de paso. Vimos la casa y pensamos que a lo mejor no habría nadie. No queremos hacerles daño.
-Pensamos… pensamos que eran saqueadores. Hubo muchos de esos por acá.
Se produjo un incomodo silencio. El hombre miró a su esposa e hijo.
-Soy Duane Jones. Ella es Kathy y él es Morgan, nuestro hijo.
-Mucho gusto – los hermanos les tendieron las manos y se las estrecharon - ¿Podemos quedarnos en su casa, señor Jones? – preguntó Dean – Como dijimos, solo estamos de paso.
-Pues… - Duane miró a su esposa. Ella asintió – De acuerdo.
Un rato después, los Winchester y la familia Jones charlaban tranquilamente en el living de la vivienda. Tal y como lo supusieron, había sido Duane quien había colocado las tablas de las ventanas cuando todo aquel infierno se desató. Esas cosas, dijo, invadieron muchas casas del vecindario y atacaron a sus ocupantes. Mientras todo moría a su alrededor, Jones y su familia se resguardaron lo mejor que pudieron de los muertos vivientes. Tiempo después de que los zombies empezaron a ser pocos, llegaron los saqueadores… de ahí su miedo cuando vio a los dos muchachos dispuestos a entrar en su casa.
-Pensé que ustedes eran unos de esos – confesó, algo avergonzado.
-No lo culpo. Vimos muestras de saqueos indiscriminados mientras veníamos hacia aquí. Parece que se llevaron todo, estuviera o no atornillado al piso… sirviera o no.
-Entonces… ¿Tan mal está la situación allá afuera?
-Bastante – respondió Sam - ¿Saben algo de las grandes ciudades?
-Sé que son nidos de esas cosas – dijo Duane, pensativo – La ultima transmisión que recibimos por radio antes de que desapareciera la estación emisora hablaba que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades habían establecido un punto seguro en Atlanta.
-Eso queda en Georgia – murmuró Dean – No estamos lejos.
-¿No intentaron llegar hasta ahí? – quiso saber Sam.
-Imposible. Las rutas hacia Atlanta están colapsadas y además, no tenemos auto. Y aunque lo tuviéramos, a parte de la escopeta no tenemos más armas. Puede haber salteadores por el camino, además de esas cosas.
-Tienen suerte. Nosotros tenemos un poco de ambas cosas: auto y armas. Si así lo quieren, podemos llevarlos hasta allá.
Kathy aferró a su marido del brazo. Lo miró preocupada.
-Pues no sé… Afuera es muy peligroso. Demasiado. Tenemos comida para bastante tiempo. Supongo que hasta que vengan los equipos de rescate.
-Con el debido respeto, Duane… No creo que venga nadie a socorrerlos.
Las palabras de Dean cayeron como un balde de agua helada en la familia Jones. El silencio volvió a reinar. Todos se miraron; los Jones, aterrados y los Winchester, cansados y desolados. Habían visto mucha mierda antes de llegar a Gainsville.
-¿Por qué ha sucedido esto? – explotó Kathy. Era la primera vez que hablaba - ¿Qué lo produjo?
¿Una especie de virus, como dijeron en la tele? ¿Es eso? ¿Un virus mutado? ¿Algo que alguien liberó por error? ¿O un experimento del Gobierno que terminó en desastre?
Dean y Sam se volvieron a mirar entre sí. Sucedía que ambos tenían la respuesta a estos interrogantes, pero… ¿Debían decírselo a aquella pobre gente? ¿Debían arrojar su pesada carga y compartirla?
-No es un virus – dijo Sam, despacio.
-¿No? ¿Entonces qué es?
-Es una maldición.
Los Jones se miraron, perplejos.
-Duane, Kathy… hay algunas cosas que tenemos que decirles. No sé si me creerán, pero solo puedo decirles que todo es verdad.
Duane y su mujer aguardaron. Morgan, el hijo de ambos, miraba todo en silencio, entre tanto. Con la aprobación de Dean, Sam pasó a relatar el origen del desastre…
Cuatro meses atrás, los Winchester combatieron al demonio Crowley y al arcángel Rafael. Cuando éste ultimo pretendía abrir una puerta al Purgatorio, los hermanos y Castiel lo detuvieron.
Pero a pesar de haberlo hecho, por cuestiones que escapaban a su control, la puerta dimensional se abrió y una extraña energía pasó por ella. Luego de eso, los muertos comenzaron a alzarse, como zombies. Cass, quien había fallecido en aquel desgraciado asunto, resucitó convertido en uno. Dean no tuvo más remedio que volarle la cabeza, para evitar su sufrimiento.  Al parecer, la leyenda era cierta: si les pegabas un tiro en la cabeza, morían otra vez.
-Había un libro – explicó Sam – El Necronomicón, el Libro de los Muertos. En él encontramos la advertencia. El hechizo traería como castigo la resurrección física de las personas para que devorasen a los vivos. Ese es el origen de este infierno.
Cuando el muchacho acabó su extenso relato, los Jones se miraron, sin decir nada. Dean tomó la posta.
-Si hay alguien a quienes deben culpar por el Fin del Mundo, es a nosotros – dijo, apesadumbrado.
-La verdad, es una historia increíble – Duane miró a su esposa – Es decir, no es que no la creamos. Es que… bueno… es un poco… rara.
-Cazadores de demonios – murmuró Kathy – Hechizos. Magia. No se ofendan, pero la teoría del virus tiene más sentido, al lado de eso.
Dean suspiró.
-La tendría si esto fuera “Dawn of the Dead”. Evidentemente, no lo es.
-Cariño, a lo mejor tienen razón – Duane le habló a su mujer – Eso explicaría muchas cosas. Por ejemplo, aquello de que todo el que muere sin importar el cómo, vuelve a la vida convertido en… una de esas cosas. Luego está lo de las dos clases de esos monstruos: los lentos y torpes y los otros, los rápidos y salvajes.
-Tienen suerte – intervino Sam – Vimos que los pocos zombies en el pueblo son los lentos.
-Antes estaban los otros. Supongo que se marcharon en busca de más comida y solo dejaron atrás a los más débiles.
-No se confunda, Duane – dijo Dean – Los lentos también son fuertes. Lo hemos visto.
-Una cosa es segura: cuando les vuelas la cabeza, se mueren totalmente.
Los Winchester asintieron.
Dean bostezó.
-No quiero sonar descortés, Duane, pero tengo sueño. ¿Tendrían algún lugar donde podríamos dormir?
-Sí. Tenemos una habitación vacía. Es el cuarto de Morgan. Por seguridad, dormimos los tres juntos en nuestra habitación. Usénlo. No creo que haya problemas.
-Gracias.
-Kathy, enséñaselo.
La mujer condujo a Dean hacia el dormitorio. Sam alegó no tener sueño todavía. Propuso montar guardia esa noche para que Duane y su familia pudieran descansar.
-¿De verdad? ¡Oh, muchas gracias! No he podido pegar bien un ojo desde que esto comenzó. ¿De verdad podrás hacerlo?
-Claro. Me quedaré a vigilar que todo esté bien. Dean puede reemplazarme más tarde, en todo caso. Aceptado el convenio, la familia Jones se fue a descansar aquella noche mientras los Winchester montaban guardia turnándose entre ellos.  Continuará...
 
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