El otro día conoció a un hombre que no tenía WhatsApp. Se lo jura. Un hombre joven, gerente de una empresa de comunicación, que se negaba, dentro de lo posible, a vivir encadenado al teléfono. A pesar de lucir un móvil de última generación se resistía a instalarse la app de mensajería instantánea. Inaudito. Se limitaba a llamar lo justo -como todos los hombres que conoce odia hablar por teléfono-y para comunicarse enviaba exóticos SMS. Para el resto de mortales hiperconectados se ha inventado el Social Media Guard.
Una especie de collar isabelino de plástico rojo que impide a la persona bajar la vista hacia las notificaciones sociales de su teléfono iluminado ergo le obliga a hablar con las personas que le rodean. Reales, de verdad, y que comparten espacio, tiempo y la vida de una, si le apuran. El collar rojo ideado por una marca de refrescos es un producto ficticio pero el concepto, el insight publicitario, es tan potente que, en tan sólo unos días, ya se ha convertido en todo un viral con más de 5 millones de visualizaciones. Y la empresa no descarta finalmente fabricarlo.
La vida está ahí fuera. “¿La recuerdas? Es eso que ocurre a tu alrededor cuando te quedas sin batería”, nos dice con sorna el vídeo que trata a los consumidores de tecnología como enfermos. De hecho, el Social Media Guard está inspirado en los collares que se les aplica a los perros en el cuello después de una intervención quirúrgica para impedir que se laman las heridas y éstas se infecten. Qué bella metáfora.
¿Acaso no han actuado ustedes como animales heridos en algún momento de sus vidas? Las redes sociales como altavoz, como bálsamo para el dolor compartido. Carmen Amoraga supo verlo y dignificar las redes al reconvertir un estado de Facebook –el grito de auxilio de Giuliana, la protagonista de “La vida era eso” -en el germen del último premio Nadal.
El Social Media como inspiración. Gracias a él recibe muchísimos inputs de información, como éste sobre el que hoy les escribe, y es un modo de estar al día casi en tiempo real. El truco está en saber desconectar de vez en cuando para vivir. Y vivir para contarla. Está en ello.