El PSOE está en el peor momento de su historia desde el franquismo, peor que durante los escándalos de Filesa, Roldán y los GAL, o tras perder las elecciones generales, porque esas circunstancias no afectaban a su ideología y a su concepción del Estado expresada en su sigla E, de partido español.
Tras la aprobación en el Parlamento catalán de una declaración golpista-soberanista, curiosamente en este 23F, aniversario del golpe de Tejero, quedó claro que una parte del PSC-PSOE en esa Comunidad rechaza el cómo es y para qué existe España, siguiendo al infausto Zapatero cuando dijo que es “un concepto discutido y discutible”.
Como se comprueba ahora, la sumisión del PSOE a la izquierda catalanista, crecientemente nacionalista, hizo que el viejo socialismo perdiera su identidad.
El PSC en el Parlamento catalán, teóricamente el PSOE en Cataluña --que era, con el de Andalucía, su mayor proveedor de votos para gobernar--, ha roto su vínculo con la E.
Cinco de sus veinte diputados se unieron al independentismo al no rechazar la declaración soberanista.
Además, los otros quince dudaron durante meses sobre el “derecho a decidir” el futuro de los catalanes en solitario, con el débil descargo de “dentro de la legalidad”, desdeñando que esa potestad es exclusiva de todos los españoles por principio constitucional.
En 1978, en uno de sus mayores errores históricos, Felipe González permitió que el PSOE perdiera su identidad y se subsumiera en el PSC, que sólo se coaligó con el gran partido español, al que maneja, aunque este no puede hacerlo en esa rama.
Ahora, o el PSOE se refunda en solitario en Cataluña alejándose del PSC para atraerse su tradicional cesto españolista, o el agonizante partido de Pablo Iglesias, fundado hace 134 años, seguramente no volverá a gobernar España.
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SALAS