Recientemente Ignacio Ramonet alerta del mal estado de la socialdemocracia. Coincido con parte de su análisis, los gobiernos socialdemócratas actúan incluso con una vista más corta que los gobiernos democratacristianos. Merkel o Sarkozy (por no hablar de Obama) están haciendo mejor papel que Zapatero a la hora de implementar medidas de corte keynesiano o marcar a los bancos que han generado la crisis. En especial Gordon Brown y Obama (rescatando la tradición laboralista del centroizquierda) están “civilizando el capitalismo” de una forma más intensa que sus colegas más izquierdistas continentales.
Ignacio Ramonet achaca a que la socialdemocracia está totalmente perdida sin relato, sin utopía de futuro. Sí, es cierto, la socialdemocracia es tan pragmática que no es capaz de explicar “proyectos” y actualmente está muerta de éxito: los niveles de bienestar social en la Europa occidental de hoy son fruto de un crecimiento de la riqueza pero también de un estado del bienestar fuerte que ha sabido equilibrar ciertas desigualdades.
Ahora bien, la socialdemocracia ha fallado al objetivo a lo que los socialistas se habían volcado: transformar la sociedad y cambiar las reglas del capitalismo.
Es algo que viene del tuétano socialista: cambiar el sistema capitalista injusto y poco igualitario hacia una sociedad donde la “herencia” o el “azar en el éxito económico” no suponga una diferencia tan abismal en la capacidad de ser personas e individuos plenos.
Es verdad, la socialdemocracia ha traicionado esos principios socialistas y a decidido centrarse en combatir las desigualdades fundamentales y potenciar la autonomía del individuo sin cambiar el sistema esencial.
Ahora bien, la socialdemocracia europea no puede mirar, com deja caer Ramonet, a los experimentos bolivarianos de américa del sur, como ejemplos de renovación ideológica.
O la socialdemocracia es liberal o es una forma de socialismo tentada por practicar el totalitarismo. Una frase muy tradicional del socialismo “política es pedagogía” contiene una alta dósis de fundamentalismo que tiende hacia esa vertiente poco agradable de la política. Si la política es pedagogía, el objetivo de la política es enseñar y adiestrar a los ciudadanos en lo que es bueno para ellos. Esa inocente afirmación que también está en el tuétano del socialismo, incluso el democrático tiene mucho peligro.
Peligro que en el caso del bolivarismo se muestra claramente: se tiene una agenda de medidas a implementar y se implementan independientemente de su apoyo social concreto, de la violación de derechos individuales y libertades, y en base a tácticas y herramientas que si las practicara la derecha las estaríamos considerando abyectas. Lo que achacábamos a Jesús Gil y su populismo conservador, es algo que podemos ver en las actuaciones de Hugo Chavez en “Aló Presidente”, o en las expropiaciones dedocráticas que realiza al pasear por cualquier ciudad venezolana.
Es verdad que la socialdemocracia ha fracasado en el objetivo de los socialistas de transformar el sistema y acercarnos a una utopía, pero ha tenido la increible capacidad de civilizar el capitalismo de una forma clara. A pesar de la crisis, sin los mecanismos de control estatales y las medidas keynesianistas, esta crisis sería mucho más terrible. Teniendo un descalabro económico de dimensiones parecidas, el descalabro social no se parece ni de lejos al sufrido en la del 1929. Grácias a que las instituciones de corte socialdemócrata existen: prestaciones de desempleo, sanidad pública, educación pública, ayudas sociales, etc.. No sólo eso, hoy millones de ciudadanos que hemos nacido en las decilas más bajas hemos accedido a niveles de bienestar y educación que jamás de los jamases podría haber imaginado que tendríamos los más utópicos revolucionarios del XIX.
Pero no sólo eso, la socialdemocracia ha civilizado el socialismo, le ha arrebatado las ganas de implementar su programa de máximos arrollando las libertades individuales, implementando una “religión” estatal en la cuál todo no adepto es eliminado o encerrado, tal y como ocurre en los verdaderos estados socialistas. Y aunque siempre ha habido una tradición socialista democrática, contagiada hasta el fondo de liberalismo clásico, se ha visto constantemente golpeada por las formas menos respetuosas por las minorías y los individuos.
El socialismo ha encontrado su vía para ser una forma política compatible con las libertades individuales en la socialdemocracia y no podemos renunciar a ello.
La socialdemocracia es liberalismo clásico, es capitalista, respeta la libertad individual y su fin es ampliar las cotas de autonomía personal y de conseguir que las condiciones de partida sean lo más justas posibles. Es liberal porqué civiliza el mercado para que se parezca más a su funcionamiento “ideal” y que la repartición de riquezas no se vea afectada por monopolios privados. Es liberal porqué crea instituciones que defienden a los individuos de los abusos del poderoso sea este privado o un estado. Es liberal porqué su concepto de igualdad y justicia es Rawliano no marxista.
Y esa socialdemocracia no puede renunciar a su objetivo de civilizar el capitalismo como tampoco puede renunciar a su tradición liberal de hacer del socialismo una forma política compatible con las libertades individuales.
Más allá que los gobiernos socialdemócratas han fracasado a la hora de hacer recaer las principales consecuencias de la crisis en aquellos que la han generado (algo que en el mercado ideal debería ocurrir), y son unos papanatas a la hora de conseguir reformar el sistema financiero y reformar sus propias instituciones para que estas pelotas especulativas no se hagan tan grandes, las instituciones socialdemócratas no han fracasado. Están ahí aguantando socialmente lo que económicamente se ha caído.