Pasqualina Curcio
Es motivo de sorpresa y también de preocupación la confusión de términos que escuchamos en el discurso de algunos voceros de la dirigencia revolucionaria en Venezuela. En ocasiones se expresan indistintamente del socialismo y del estado de bienestar social. Ni es lo mismo, ni se escribe igual.Publicidad
Mientras el primero se concibe como un sistema económico, social y político alternativo al capitalista que plantea relaciones sociales de producción y distribución menos explotadoras, el segundo, es decir, el estado de bienestar se concibe en el marco y como parte del propio capitalismo, de hecho, surgió en el siglo XIX en tiempos de Otto Von Bismarck con el propósito de contener el socialismo. Ni hablar del neoliberalismo que, en capitalismo, es lo más salvaje.
En términos simples, para comprender la diferencia entre estos tres modos de concebir las relaciones económicas, sociales y por tanto políticas de producción es necesario detenerse en, por lo menos, dos aspectos: 1) cómo se distribuye lo que se produce durante el propio proceso social de producción y 2) cómo se re-distribuye la producción, en el entendido que, este segundo aspecto solo puede ser explicado reconociendo la presencia del Estado que es el que re-distribuye.
Distribución de la producción
En el proceso social de producción quienes agregan valor son los trabajadores, esto no solo lo planteó de manera magistral Marx, basándose por cierto en los clásicos como David Ricardo y Adam Smith, sino que de paso, es la manera como los bancos centrales de todos los países, siguiendo los manuales del FMI, miden el producto interno bruto.
Lo que se produce, aunque se obtiene solo gracias a la fuerza de trabajo, se distribuye entre los trabajadores (la clase obrera) y los propietarios del capital (la burguesía). Dependiendo de la remuneración de estos dos factores y por lo tanto de cómo se dé esta distribución en el propio proceso social de producción, nos ubicará más cerca del socialismo, del capitalismo o del neoliberalismo. Para efectos de la comparación y en términos muy sencillos debemos tener en cuenta tres variables y su interacción: los precios, el salario y la ganancia.
Los precios de las mercancías son el resultado de la correlación de fuerzas en los mercados entre los que compran y los que venden. Aunque los oferentes van a los mercados con la referencia mínima de los costos de producción, dependerá de los otros oferentes y de los demandantes el que resulte un precio final. Cuando hay monopolios, la correlación de fuerzas estará a favor de dicho único oferente. En términos agregados, los oferentes son tomadores de los precios que resultan en los mercados. Lo aquí dicho es planteado, incluso por Marx. El punto central es ¿cómo dado ese precio se distribuye lo producido entre trabajadores y capitalistas?
Si una mercancía X tiene un precio de 100 bolívares, dicho monto se distribuirá entre el salario y la ganancia. Si el salario es 50, entonces la ganancia será 50. Si el salario es 10, la ganancia será 90. Es aquí donde radica la contradicción entre el trabajo y el capital. La ganancia depende, dado un precio, del nivel del salario. Adicionalmente y como siempre ocurre, si la relación entre número de trabajadores y dueños de capital es mayor a favor de los trabajadores, esos 50 o esos 10 bolívares deberá repartirse entre muchos obreros mientras que la ganancia entre pocos burgueses. Supongamos que, por alguna razón, por ejemplo, por la depreciación del dinero, aumenta el precio de dicha mercancía en los mercados de 100 a 200 mientras que, el salario no aumenta, sino que se mantiene en 10. Ahora la ganancia será 190 en lugar de 90. La diferencia del mayor precio irá a parar al bolsillo del propietario del capital.
Dado un precio establecido en el mercado, la ganancia será el resultado de la diferencia entre dicho precio y el salario. Por lo tanto, en la medida en que el salario sea menor, la ganancia será mayor. No por casualidad entonces, en capitalismo, el burgués buscará todas las maneras para que la remuneración del trabajador sea cada vez menor ya que de ello dependerá su mayor ganancia.
Transitar hacia un sistema socialista pasa por cambiar las relaciones sociales de producción y entre ellas la propiedad de los medios de producción, pero en ese tránsito, por lo menos es necesario hacer cada vez menores las diferencias entre el salario y la ganancia, es decir, que la apropiación del valor de la fuerza de trabajo por parte del burgués, o sea la explotación al trabajador, sea cada vez menor. No puede concebirse un tránsito al socialismo si, en lugar de disminuir las ganancias con respecto a los salarios, éstas aumentan.
En el otro extremo se encuentra el neoliberalismo, no por casualidad uno de sus principales postulados es congelar los salarios mientras se liberan los precios haciendo que, la diferencia, es decir la ganancia, sea cada vez mayor y con ellas las desigualdades y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores.
En Venezuela, entre 2013 y 2020, en el marco de una guerra económica y como consecuencia del ataque al bolívar, los precios han aumentado 60 mil millones por ciento mientras que los salarios nominales tan solo han incrementado 5 mil millones por ciento, la diferencia ha ido a parar a la ganancia. La distribución de la producción entre trabajo y capital se ha hecho cada vez más desigual, deteriorándose las condiciones de vida del pueblo trabajador a costa de mayores ganancias de la burguesía.
Los datos del BCV muestran que, de todo lo que se producía en 2014, el 36% correspondía a la remuneración de los trabajadores mientras que el 31% al excedente de explotación (de paso los trabajadores somos 14 millones mientras que los burgueses son 400 mil). En 2017 estos porcentajes pasaron a ser 18% y 50% respectivamente reflejando una mayor desigualdad en la distribución de la producción a favor de los capitales.
Es contradictorio y de paso confunde el hecho de que se siga hablando de socialismo del siglo XXI y de revolución cuando, lo mínimamente necesario, para avanzar hacia ese otro sistema pasa por disminuir la desigualdad en la distribución entre trabajadores y capitalistas que, de paso, más allá de lo estrictamente económico incide en el necesario empoderamiento de la clase obrera.
A esta contradicción entre el discurso socialista y las cada vez mayores desigualdades debemos añadir otra gran confusión. Nos referimos a la incorporación, en la narrativa, del “estado de bienestar social” como si se tratase de lo mismo que el socialismo. Es tal la confusión que a veces se refieren a éste como “estado de bienestar socialista”. Sobre este discurso que es reformista (en el mejor de los casos) y no revolucionario, nos referiremos en la segunda parte de esta entrega centrándonos, ya no en la distribución, sino en la re-distribución de la producción.