Sociedad limitada, por Miguel d´Ors

Publicado el 08 diciembre 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Renacimiento. 69 páginas. Primera edición de 2010.
Ya he hablando aquí de Miguel d´Ors (Santiago de Compostela, 1946). En uno de los pequeños homenajes poético que últimamente hago en el blog a media semana ya comenté que había leído tres libros suyos: La imagen de su cara (1994), Hacia otra luz más pura (1999) y Sol de noviembre (2005); y colgué unos cuantos poemas suyos (ver AQUÍ esa entrada).
Este libro, Sociedad limitada (2010), lo compré hace unos meses en la Casa del Libro de Goya, en Madrid, pero no ha sido hasta ese otoño que me he puesto con él. En realidad quería leer una detrás de otra las dos grandes novelas argentinas de los años 90: El traductor de Salvador Benesdra y El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. Pero después me pareció excesivo leer seguidas las novelas de dos suicidas y tomé de la estantería este poemario de d´Ors para oxigenar tanta tensión dramática.
Sociedad limitada, al igual que los otros poemarios que he leído de este autor, conjuga las formas clásicas (versos de métrica reconocible, en ocasiones haciendo uso de la rima) con una visión irónica, y en muchos casos desmitificadora del hecho de escribir poesía; efecto que se consigue con el empleo en más de una ocasión de un lenguaje coloquial; por ejemplo, podemos leer en la página 50 el siguiente verso: “Bien miradas las cosas, es un churro de calle”, o en la página 21: “una camisa comprada en las rebajas.”
Los poemas que más me suelen gustar de d´Ors son aquellos en los echa la vista atrás y recrea algún recuerdo de infancia o juventud, como éste:
DE MI NIÑEZ SILVESTRE    A mi hermana Paz
Aquel olor de heno recién segado, en julio, en los prados de «A Costa». La hierba se dejaba extendida por cuatro o cinco días, que el sol de por Santiago la secara, para luego apilarse en el palleiro
y aquel perfume iba creciendo, iba invadiendo callado nuestras horas, se adueñaba de los pasillos de la casa, del lavabo y la ducha, de los juegos reunidos, del rezo anochecido del Rosario al borde de la hoguera donde se consumían los abecés del último verano, y hasta a veces de noche se infiltraba en mis sueños, y en ellos me desataba en un mundo de raras peripecias por otros prados y otros veranos irreales.
Y hoy sé que iba metiéndome también de alguna forma inexplicable en mi futuro: esta mañana estaba aquí, victorioso del tiempo y la distancia, y he vuelto a respirarlo, y ha traído a esta página la luz feliz y pura de mi niñez silvestre en los prados de «A Costa» allá por el mil novecientos cincuentayfranco.
Una de los recursos que suele emplear Miguel d´Ors en sus poemas es el de la referencia metaliteraria al momento en el que se escriben los versos (como podemos observar en el final del poema reproducido arriba). El poeta escribe el poema para retener un instante vivido (un paseo por el campo, por ejemplo) y para hacer suya la belleza que observa, normalmente en el entorno natural. Miguel d´Ors en la página 26 escribe un poema para celebrar la belleza efímera de una amapola, y con este verso cierra la composición: “que va a quedarse en mí y en estos versos.” O bien la metaliteratura le sirve a d´Ors para reflexionar sobre su propia condición de artista y el paso del tiempo: “Con la edad uno aprende / a fracasar y a hacer / de la resignación una poética.” (pág. 47)
Creo que en este poemario más en que los anteriores (y si era así lo he olvidado) se puede observar en mayor grado el interés del autor por la presencia de Dios: “en nuestro corazón –arcas de Fe” (pág. 14), “del rostro del Eterno” (pág. 14), “la llama de la Fe” (pág. 44), “la mirada eterna de Dios” (pág. 51).
En un esclarecedor prólogo, el propio d´Ors apunta que una consecuencia de llevar muchos años escribiendo poesía es “la despreocupación por encajar el libro en el corsé de una homogeneidad temática, tonal y formal.” Así en este libro nos podemos encontrar “páginas graves con otras poco menos que disparatadas”. El poema Belinha (págs. 14-15), una elegía por la hermana muerta, es quizás el poema más solemne del conjunto; que puede convivir en la página 24 con una composición humorística, jugando con la forma del haiku japonés:
A LA MANERA DE BASHO
Tantos jazmines, tantos jazmines, tantos… ¡qué pestilencia!
Nótese, que pese a la intención paródica, el haiku mantiene su estructura silábica clásica 5-7-5.
En el poema A dos sombras de 1874 (pág. 34) d´Ors, a través de la figura de uno de sus antepasados gallegos, realiza un curioso homenaje a la poesía de Jorge Luis Borges y su mitificación de un pasado de familia militar.
Como en las otras ocasiones que me ha acercado a sus libros ha sido agradable volver a leer un poemario de Miguel d´Ors, volver a poder disfrutar de esa mezcla de reflexión, recuerdo, deslumbramiento ante la naturaleza y el uso del humor. He visto en las listas de los libros más vendidos de poesía del ABC cultural que su nuevo libro, Átomos  y galaxias, se encuentra desde hace semanas ahí. Me alegro, y espero que este poeta llegue a un público cada vez más amplio (si en algún sentido se puede considerar amplio al público de la poesía). Dejo aquí algún poema más del libro:
DÍAS FELICES
Aquel apartamento de alquiler, embaldosado y frío como los mataderos. Hacia las cuatro y media el sol se me ponía detrás de aquellos patios desconchados de cuadro hiperrealista. Y los 1.800 marroquíes del tercero. Que Alá no les perdone aquellas noches de jamalajá que me volvían musulmán pasivo. (En la cocina el grifo, desvelado, goteaba y goteaba, contando los segundos, las horas, las semanas que me faltaban para volver al Norte y a mi vida).    Pero qué extraña beatitud cuando, ya anocheciendo, regresaba del trabajo, encendía, sin quitarme el abrigo, a máxima potencia aquella estufa prestada y, apretando contra ella, volaba con la orquesta de Glenn Miller.
REGRESO AL «SAVOY»
No necesito los superbi colli que meditaron otros, ni los mármoles ilustres arrasados por la edad, ni el recuerdo de Itálica famosa:
me basta lo que queda del «Savoy», aquel café de espejos infinitos -Plaza de la Herrería- donde tantos helados de turrón tomó mi infancia,
para saber que todo está llamado a la ceniza, que estos ojos míos que hoy miran estos muros claudicantes
pronto se reunirán con ellos, que lo que aquí se hunde no es sólo el «Savoy»:
es mi infancia, mi vida, lo que soy.