Sociología del transporte

Publicado el 28 marzo 2014 por Regina


Mis conocimientos como Ms.C. en Transporte Público indican que nos encontramos ante otra crisis cíclica del transporte urbano. En el horario pico se ven las paradas llenas y un público flotante que las extiende por cincuenta metros y que apuesta por adivinar dónde se detendrá el ómnibus que con seguridad, no lo hará en la parada.
Desaparecieron los “azules” y los “amarillos” de otra época, aquellos inspectores facultados para detener el transporte estatal y montar pasajeros. En contraste, numerosos ómnibus adscriptos a centros laborales, razonablemente vacíos, pasan de largo uno tras otro frente a las atiborradas paradas, motivo de floridos comentarios acerca de los privilegios.   Frente a este fenómeno, siempre me pregunto si ese transporte semi privado no sería mejor sumarlo al transporte público, pero es como dice un querido allegado: El “Razonamil” que estoy tomando me hace demasiado efecto.
La frustración del ómnibus que pasa de largo se suma a otras frustraciones que cada cual carga. Es por eso tan buen termómetro esperar una guagua, y si logras montarla, escuchar cómo cada cual da rienda –aunque sea corta—a su versión particular del proceso de actualización del modelo económico, y cómo la sintonía con otros pasajeros se produce de inmediato, aunque la indiferencia suele ser la ¿reacción? generalizada.
Escrutar el rostro de los pasajeros no auspicia un pronóstico de sociedad feliz. Algunos hacen el viaje dormitando, aún de pie; los más jóvenes con frecuencia se aíslan con audífonos o por contraste forman grupos ruidosos y a menudo groseros si se les llama la atención. La mayoría de los que viaja son hombres y ellos son mayoría también en los asientos. Mochilas, jabas, maletines y paquetes que parecen pesar, ocupan un espacio ya insuficiente para los pasajeros. Rostros macilentos, olor acre, violencia verbal al menor incidente. Y todavía el calor no pone la gota que rebalsa este micro mundo.