Jordi Esteva.Socotra.Atalanta. Gerona, 2016.
Hace cinco años, Jordi Esteva publicaba en Atalanta un espléndido libro: Socotra, la isla de los genios, que era el resultado de su experiencia en esa isla anclada en el Índico, al sudeste de la Península Arábiga, a la salida del Golfo de Adén.
Un lugar mágico poblado por una fauna de otra época, de un tiempo mitológico en el que los griegos tenían esta isla como patria del Ave Fénix. Un lugar en el que crece una vegetación no menos mitológica de la que forman parte la mirra, en cuyas brasas ardía aquel pájaro inmortal, o el incienso de los ritos y las momias faraónicas, o el drago, el árbol de la sangre del dragón cuya savia roja usaban los gladiadores para embadurnarse los músculos. O el áloe que buscaba Alejandro porque cicatrizaba las heridas del combate.
Un lugar como ese, con bosques de incienso sobre los que vuela el ave Roc de Las mil y una noches, solo puede describirse dosificando adecuadamente, como hace Jordi Esteva, la fantasía y la realidad, la historia y la ficción.
Esa mezcla difusa estaba también en las abundantes y magníficas fotos -Esteva es fotógrafo además de escritor- que reflejan con una luz casi irreal, con la luz tenue del sueño, su mirada a una isla sagrada para los griegos, porque en ella había erigido Zeus su propio templo y en sus cumbres había tenido su trono Urano, el dios primordial, abuelo de Zeus y padre de Cronos.
Entre el sueño y la realidad, entre África y Asia, entre la historia y la leyenda, entre la geografía y la literatura, entre la biología y la magia, Jordi Esteva relataba así un viaje a la infancia del mundo y al paisaje de las llanuras de Caín, un viaje que transforma la mirada y la sensibilidad del viajero, que vuelve siendo otro.
Cinco años después Jordi Esteva publica en la misma editorial un nuevo volumen, Socotra, que es el resultado de varios viajes de regreso a aquella isla, porque, como explica en su introducción, “pasados unos pocos años me invadió la nostalgia. Recordaba los espacios abiertos, la extraña vegetación, las montañas de granito que se elevaban como dedos suplicantes hacia el cielo. Echaba en falta el dormir bajo las estrellas junto a aquellos pastores que aún estaban en contacto con un mundo primigenio. Pero sobre todo quería visitar a los personajes que ya conocía. Durante mis viajes había ido fraguando amistad con los jeques de las montañas y sus familias. Quería volver a escuchar, alrededor de un fuego, las historias de animales fabulosos y de yins. Tenía ganas de volver a fotografiar, pero esta vez me decidí a rodar al mismo tiempo una película. Naturalmente en blanco y negro, siguiendo la estética de las fotografías ya realizadas. Me acompañaron Abdul-raooq Abdullah y su tío Ahmed Ben Afrar, hijo póstumo del último sultán de Socotra. Y viajé tres veces más a la isla. Feliz. Filmando y fotografiando.”
Y así, si en aquel libro tenía más peso el texto que las imágenes, en este hay un mayor despliegue gráfico que lo convierte en un libro visual sobre los paisajes de la isla y sus pobladores, en un álbum espectacular que completa un DVD con la película Socotra, que rodó el viajero, fotógrafo y escritor Jordi Esteva en blanco y negro, con la misma estética que se desprende de las fotografías, que enriquecen textos breves e intensos.
Con una cita inicial de Malcolm Lowry, que la evocó en Bajo el volcán, es un documental espectacular de algo más de una hora que tiene como hilo conductor el viaje de una caravana de camelleros hacia las cumbres montañosas de la isla. En el trayecto se van sucediendo los pedregales y las aguas corrientes, los valles y las alturas agrestes, los dragos y las palmeras. Y en los descansos, los contadores de historias tradicionales, de relatos orales sobre diabólicos genios femeninos y serpientes.
Santos Domínguez