Solías mirarme como a una extraña,
a veces me sentía tan observada
que la ropa se me empapaba toda,
tu boca suspiraba alaridos sordos,
tu nariz inspiraba a granel
mis endorfinas, mis tejados de concha,
mi falla henchida por tu marea.
Luego, después de minutos sostenidos
y de sabias afirmaciones
me inundabas de dedos
y de lengua,
y yo te maldecía en mil idiomas
te arrancaba las entrañas
con tanto afán
que una tarde cesó de llover para siempre,
los pantanos se secaron,
yo me evaporé súbitamente
y tú, tú te convertiste
en Dios.
- Meri Pas Blanquer