Amo a aquel cuya alma es profunda aún en la herida (Friedrich Nietzsche)
Parece que el tema de estos días, en mi entorno más cercano, es el de la solidaridad (o la falta de esta). Echo de menos aquella época, no tan lejana, en la que parecía que no costaba tanto esfuerzo tenderle una mano a quien lo necesitara. En aquellos tiempos, “lo normal” era que, si nos enterábamos de que alguien lo estaba pasando mal, nos acercáramos para brindarle nuestro apoyo, darle ánimos, ofrecerle un par de orejas para escuchar lo que hiciera falta, un hombro sobre el que llorar, un rato de compañía o de risas para recuperar la alegría, una palmadita en el hombro para reforzar su entusiasmo, o cualquier tipo de ayuda que estuviera en nuestra mano.
Por el contrario, “lo anormal”, lo “antisocial”, lo que se consideraba impropio, grosero, egoísta y de muy mala educación, era mirar hacia otro lado, pasar de largo y no pararse a socorrer. En aquella época había algo peor aún que todo eso, que era ya algo inconcebible y terrorífico, impropio de culturas civilizadas y educadas en valores demócratas, de derecho, y contrarios al deber de socorro y a las normas y costumbres básicas de convivencia social civilizada: que alguien mire a los ojos a una persona que está pasándolo muy mal y le diga “tú y lo que a ti te pase no le importa a nadie”. No me cabe en la cabeza que haya personas con esa sangre fría. Son esas cosas que no entiendo, que no soy capaz de creer hasta que lo veo con mis propios ojos y, entonces, empiezo a entender por qué hay determinadas ideologías con tantísimos seguidores que ascienden al poder “democráticamente”.
Por suerte para la vida en general en este planeta, a pesar de esas mentalidades frías y egoístas a las que solo les importan sus propios asuntos y, sobre todo, su propia diversión, también existimos “otro tipo de personas” que tenemos “otras costumbres”, ¡y a mucha honra! Sigue habiendo gente que se implica en los asuntos de la sociedad desde sus posibilidades, que da cuando tiene poco, que comprende y ayuda a quien esté pasando por una situación difícil por muy difícil que sea, también, la suya. Sigue habiendo gente que no tiene miedo a unirse para mantener la cohesión social, que se solidariza, que empatiza, que comprende, que no juzga con mala intención, que aporta, que construye, que da. Y, sobre todo, sigue habiendo gente que es capaz de felicitar de corazón a quien ha sabido vencer en una batalla semejante a la que él o ella misma perdió en el pasado, en lugar de sentir envidia e intentar boicotear su victoria o castigarlo/a.
Una de las formas de diferenciar a unas personas de otras es por su grado de transparencia y su capacidad para dar la cara y hablar frente a frente, sin intermediarios. Los malintencionados suelen tener mucho miedo de ser descubiertos, y por eso se mueven entre las sombras, susurrando como víboras, arrastrándose sigilosamente para ir envenenando a quienes quieren llevarse a su terreno, ofreciéndoles el paraíso y prometiéndoles que estén del bando ganador. Esa gente, cuando está a punto de ser descubierta o de perder el poder que han conseguido, no se convierte de pronto en héroes o heroínas. No se atreven a aparecer frente a los demás, ser sinceros, dar explicaciones, mostrar pruebas. Todo lo contrario. Lo que hacen es destruir pruebas, escurrir el bulto, y usar el “y tú más”, el sarcasmo, la injuria, la mentira, acusar, amenazar… todo lo propio de su estilo.
Por suerte, quienes observamos tras la barrera y preferimos el juego limpio no nos hemos dejado embaucar por ellos. Los olemos a la legua. Sabemos diferenciar las intenciones, los estilos, las costumbres. Y sabemos mantenernos al margen y verlos caer… sin que se nos mueva una sola pestaña.
Seguirán triturando, quemando, negando, acusando, mintiendo, alegrándose de las desgracias ajenas… ¡pero la vida da tantas vueltas! Mi madre tiene las cosas tan claras que lo resume todo en una sencilla idea:
“La gente se ha dedicado a preocuparse solo por sí mismos, a ignorar a quien esté mal y se han empeñado nada más que en la ambición, la ambición y la ambición; pero cuando la ambición se acaba y todo se cae, no queda nada, y quien no ha querido colaborar y no ha formado su propia red de apoyo se ve solo porque nadie lo va a querer ayudar. Es lo que pasa por haber sido tan egoístas y haberse juntado con gente igual de egoístas”.
Si tu interés te lleva a apoyar a personas que sabes que no juegan limpio, luego no vengas a llorarme. (Jaume D’Urgell).
Lo mismo pienso yo. A pesar de ser solidarias, muchas personas podemos sentirnos solas e incomprendidas y juzgadas en algún momento, pero… mientrsa haya redes de unión, de colaboración, de gente que no mira hacia otro lado ni se le pasa por la cabeza hacerlo, la sociedad tiene alguna esperanza. El día que eso acabe, cuando los egoístas y manipuladores ganen y no quede nadie con fe en el prójimo, entonces, sí que se habrá acabado todo. Mientras tanto, aunque me llamen loca, y le moleste a quien le moleste, seguiré prefiriendo estar del bando “normal”.
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