Mark Boyle, “Monoscapes. Black and White landscapes from all around the place”, 2011
La cubierta del alma es nuestro cuerpo,
y ella misma del cuerpo centinela
y causa de salud; pues que se unen
entre sí mismas estas dos sustancias
con raíces comunes, no se puede
una de otra apartar sin destruirlas.
Si al incienso quitar su olor es fácil
sin que perezca su naturaleza,
de la misma manera es imposible
quitar de todo el cuerpo ánimo y alma
sin que las dos sustancias se disuelva.
De esta manera la naturaleza
ha unido íntimamente sus principios
en el instante mismo de formarlas,
y sujetólas a la misma suerte:
no pueden, pues, obrar ni sentir ellas
sin darse mutuo auxilio; reunidos,
empero, sus comunes movimientos,
nos encienden la antorcha de la vida.
Ni se engendra ni crece por sí el cuerpo,
ni después de la muerte sobrevive,
pues aquellas partículas de fuego
que contiene en sí el agua cuando hierve,
pueden generalmente evaporarse
sin que se descomponga la misma agua
por esta causa; pero no así pueden
los miembros resistir desamparados
la salida del alma; su tejido
se rompe y se empobrece por entero,
y mutuamente el peso de la vida
aprenden a llevar desde muy tiernas
estas sustancias en el vientre mismo
de las madres: no pueden separarse
sin perecer, y pues que están unidas
mutuamente entre sí por conservarse,
claro verás que su naturaleza
debe en unión recíproca estrecharse.
Si alguno al cuerpo el sentimiento niega,
y cree que recibe aquél el alma
por estar derramada en todo el cuerpo,
ataca abiertamente la evidencia.
¿Quién dirá el modo de sentir el cuerpo
sino porque está unido con el alma,
como nos ha enseñado la experiencia?
El alma retirada, queda el cuerpo
de todo sentimiento despojado:
pierde en la vida lo que no era suyo,
y le roba la muerte mayor presa.
Lucrecio (99 a.C – 55ª.C.)
De rerum natura (De la naturaleza de las cosas)
Libro III, 450-490