Me acuesto tarde, me levanto temprano.
El sueño más profundo me abraza cuando debo despertarme.
Mi primer pensamiento al despertar es una especie de alerta, un tipo de alarma, algo así como una orden de carácter mesiánico.
Mi pensamiento inmediato es un cálculo matemático sobre los minutos requeridos para arreglarme y los que tengo disponibles para dormir un poco más antes de que sea realmente tarde.
Cuando por fin logro levantarme me doy un baño, me lavo los dientes, me visto, me peino, me sirvo un poco de café para llevar y salgo a la calle.
Hoy no tengo ganas de morder a la gente.
Abordo el transporte, tomo el teléfono celular, selecciono la primera canción del día para escuchar durante el recorrido, que tarda aproximadamente una hora; cierro los ojos e intento dormitar un rato; la música me transporta a realidades alternas; al concluir el traslado me detengo a desayunar en el mismo sitio y compro un café para tomar durante la jornada.
Al llegar a mi trabajo saludo a mis compañeros sin mucho entusiasmo, es como una locución automática.
Enciendo la computadora, reviso mi correo electrónico, leo algunas noticias en línea y pienso que el periodismo debería tener otro enfoque, dejar de privilegiar la nota roja. Tomo el celular, reviso mi mensajería instantánea y redes sociales; para cuando dan las nueve de la mañana estoy informado, actualizado, conectado con el mundo, con una realidad que se antoja ajena o al menos lejana.
De pronto es difícil imaginar que el aleteo de una mariposa puede llegar a cambiar el orden de las cosas.
Me coloco los audífonos para aislarme de mi entorno físico y elijo el modo de reproducción aleatoria para mi lista de canciones; estoy listo para el inicio de las hostilidades.
Todos los días ganamos y perdemos batallas, acertamos un golpe, bajamos la guardia.
Habría que darnos una tregua, para facilitar las negociaciones de paz.
La jornada laboral transcurre sin novedades, tengo que redactar y transcribir, hace tiempo que no escribo; reviso un expediente, siento una punzada en la espalda, las sillas en las oficinas son todo menos cómodas; pienso en mis problemas y las soluciones, el café se enfría, hago y deshago planes, por momentos me remonto a eventos del pasado, me invaden emociones ligadas a esos eventos.
Cada recuerdo se vincula a una emoción, tengo recuerdos que se caen en pedazos.
Me ocupo, me da hambre, salgo a comer algo rápido, o pido algo para comer en el trabajo.
Hoy no soy poeta, ayer tampoco.
Hay palabras que dejé de escribir, canciones que no he vuelto a escuchar.
Al salir de trabajar aún es de tarde, tomo el transporte de regreso, vuelvo a pensar en mis círculos abiertos y en mis figuras de barro.
Hay canciones que solo escucho por la adrenalina.
Al llegar a mi casa me recibe la noche, atravieso el pasillo que conduce a la entrada principal a manera de esclusa.
Trato de no seguir un guion a partir de que oscurece, pero inconscientemente también sigo una rutina cuando estoy en casa.
Uno asume un rol dependiendo del lugar en que se encuentra y las personas que trata.
Hay roles que me acompañan a todas partes.
Me descubro apegado a mis usos y costumbres.
Tendría que diferenciar los hábitos, de la costumbre y la rutina.
Todos tenemos una rutina para irnos a dormir, la costumbre de acostarnos de cierto lado, el hábito de hacerlo a determinada hora.
Las rutinas se vuelven hábitos.
Los hábitos son conductas automáticas que repetimos inconscientemente e influyen directamente en nuestro estado de ánimo.
Un estado de ánimo sostenido y prolongado afecta profundamente nuestra personalidad.
La personalidad es una construcción psicológica, un conjunto de creencias, percepciones y reacciones emocionales inconscientes adquiridas a través del tiempo.
Siempre se corre el riesgo de volverse una repetición de uno mismo.
Todos deseamos que suceda algo extraordinario, “una luz cegadora, un disparo de nieve” o “cuando menos que se caiga el techo de nuestra casa un rato“.
Habría que cambiar las viejas rutinas, torcer los patrones, doblar los malos hábitos hasta que truenen como la rama seca de un árbol.
Son nuestros procesos cognitivos, las pequeñas, cotidianas e inconscientes elecciones, los imperceptibles instantes en que decidimos hacer o no hacer nada.
Solo busca algo nuevo.
Anoche por ejemplo, me dormí temprano.
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