Solo el paso del tiempo cambia el libro

Publicado el 03 noviembre 2019 por Carlosgu82

Proust hace la descripción perfecta del infante que crece con libros en la mano. Así como en esta época, no todo el mundo está preparado para la tecnología, no todos tienen o pueden mantener ese idilio surrealista con la lectura. Es como pasar a otra dimensión; entrar en el libro y ser totalmente abducido por él.
Cuando escucho criticar a esos chicos que caminan como zombies por las calles whatsapeando sin mirar hacia dónde, o los veo en los medios de transporte, totalmente inmersos en sus celulares, me veo reflejada, pero en una versión mucho más antigua, y más creativa también, diría Proust.
Los libros de cuentos, que mi padre me compraba para leer en verano a la hora de la siesta no llegaban a destino sin ser abiertos e inspeccionados camino a casa, incluso antes de que se terminase la transacción de compra; si el paquete había caído en mis manos, el envoltorio ya había perdido su propósito. Esa era mi relación con la lectura, con los libros, la misma relación que tienen los chicos de hoy en día con sus celulares.
La hora de la siesta, y lo que seguía a la hora de la siesta, durante esos largos días de verano, era gloriosa; siempre un buen libro en curso. Practicaba una especie de regla de tres directamente proporcional: a medida que bajaba la luz del sol, bajaba la pila de páginas del margen derecho del libro. A veces, tomar consciencia de eso, despertaba cierta tristeza porque era el fin de los personajes también. Esos personajes que, en ese momento, eran personas en mi vida. Se moría el perro en Bajo las lilas y lloraba como si hubiera sido mi perro el que se había muerto. Tan es así que todavía recuerdo esa escena.
También es cierto que uno recuerda la situación de lectura y no tanto el libro, o los libros. Pero eran los libros los que llevaban a esas situaciones. No necesito hacer demasiada memoria para verme en la casa de mis abuelos, sentada en una sillita, en el patio, libro en mano y, como supuestamente la vista estaba clavada hacia abajo, en el libro, el piso de baldosones rojos y amarillos era el marco más allá de las letras. Era lo que me rodeaba.
También recuerdo los retos de: “Es de muy mala educación leer cuando uno está sentado a la mesa almorzando o cenando. Dejá el libro.”
Ni hablar de cómo se respetaban y trataban los libros, de cómo se debían pasar las hojas. Toda esa sabiduría dependía del libro, de la lectura.
Podría hablar de las idas en bicicleta a la biblioteca antes de que cerrara porque ya casi se terminaba ese libro y no iba a tener otro  para la noche.
Y la gente no cambia. Cambian las circunstancias. Sigo yendo a la biblioteca pero en auto, no en bici como en esas gloriosas épocas durante las cuales la lectura ejercía influencias tan fuertes y positivas sobre mi persona. Y por supuesto lo sigue haciendo.
También queda claro que los momentos fueron, son y serán únicos e irrepetibles. Si volviéramos el tiempo atrás, no solo no existirían ciertas cosas físicas como  mi padre comprando libros, los baldosones, la sillita y muchas otras, sino que tampoco existiría en nuestra mente los mismos efectos que nos produjo ese libro en ese momento. Nuestra creación sería otra. El impacto del libro en nosotros sería otro.
Aunque  nadie cambió las palabras del libro. Tampoco cambió el autor. Solo cambia nuestra creación. Cambia esa actividad creativa llamada lectura.