Todo es efímero, dentro de varios meses de esto no quedará más huella que ruinas haciendo muecas. ¿Y para eso se ha puesto el mundo entero en movimiento? El presente es una bobada, y ésta es la mayor de todas. Pero siento, no obstante, que mi crítica sería otra por completo distinta si ella estuviese aquí, si pudiera pasearla por todas partes, si pudiéramos contemplarlo juntos: entonces me deleitaría, me admiraría y estaría entusiasmado.A lo largo de sus diez años de andadura, Errata naturae ha manifestado una afinidad por la cultura centroeuropea de la primera mitad del siglo XX, en particular, por la francesa y la alemana, vertebradas en torno a París y Berlín. En su catálogo se pueden encontrar muchos libros que abordan la figura del flâneur baudeleriano, el arte de vagar sin rumbo, de perderse por las calles de una ciudad, concepto clave en la literatura del siglo XIX y principios del XX. Títulos como Romance en París (1920), de Franz Hessel, El peatón de París (1939), de Léon-Paul Fargue, o El aldeano de París(1926), de Louis Aragon, lo demuestran. El último en incorporarse a la selección ha sido Solo (1890), del finés Juhani Aho, seudónimo de Johannes Brofeldt (1861-1921); un autor desconocido aún para el lector español, pero toda una institución en su país, donde desarrolló una prolífica carrera como novelista, fundó un periódico y tradujo a escritores franceses de renombre. Se le considera uno de los padres de la narrativa finlandesa.El narrador de este libro es un hombre maduro y solitario que se marcha de su tierra, la Finlandia rural, para conocer el París de la Exposición Universal de 1889. Aunque viaja sin compañía, sus recuerdos no lo abandonan: el nombre de la muchacha de la que está enamorado, una chica más joven que él, está presente en sus meditaciones. Él no sabe si ella le corresponde, lo que aumenta su malestar. En estas circunstancias, el protagonista pasea por la ciudad de la luz como un bohemio abatido, perdido, incapaz de disfrutar de los placeres mundanos porque su equipaje pesa demasiado («Y más no necesito. Recuerdo todo y mi ánimo se entristece y encapota. Y eso me sucede casi cada día, en cualquier momento, por cualquier motivo», p. 79). Para él, París no es la ciudad de los enamorados, ni tampoco el centro del bullicio; se mueve por sus avenidas como un tipo desamparado, que mira la actividad de la gente sin lograr participar de ella. Es la perspectiva de un paseante desdichado, de vuelta de todo, que se sumerge en un lugar desconocido, y muy diferente de su hogar, como una forma de huida.
Juhani Aho
En sus palabras: «No vale la pena caminar toda la vida como un soñador de la luna, y menos en París, debido a una pequeña belleza finlandesa» (p. 98). En efecto, este es el relato de un letraherido idealista, nostálgico, sensible, que descubre los contrastes entre la sociedad parisina moderna y el mundo campestre, aún arraigado a las viejas costumbres, de su Finlandia natal. Él no se desplaza como pez en el agua por París; el suyo es el punto de vista de un recién llegado, deslumbrado por la modernidad y al mismo tiempo indefenso, confuso, desorientado, todavía apegado a ese amor que dejó en la provincia; un hombre entre dos universos en una edad en la que resulta difícil comenzar de cero. Con un estilo intimista y delicado, Juhani Aho firma un libro evocador y hermoso. Las narraciones sobre la experiencia del descubrimiento de una urbe como París resultan inagotables, y esta no desmerece.Cita inicial en cursiva de la página 82.