¿Nunca te has cansado de ser siempre tú, tú y nadie más que tú? Yo vivo con esa sensación constante de desánimo y desaliento por ser yo, y solamente yo.
Aunque lo cierto es que apenas soy una sombra que pasa inadvertida entre las personas que se mueven inquietas a mi alrededor, como gallinas sin cabeza.
No puedo evitar observarlas. Insidiosa. Paciente. Tranquila. Me fijo sin querer en el brillo centelleante de sus miradas, y lo quiero todo para mí. «Qué manos tan bonitas, seguro que saben acariciar mucho mejor que las mías…». «Qué sonrisa tan radiante, parece tan feliz…».
Mi ego (que es también mi castigo) se pasa el día comparándose con cualquiera que yo crea que tiene éxito, brille, o transmita energía positiva, en definitiva que tenga talento. El que yo no tengo.
Aunque yo no sepa ni de lejos el esfuerzo que les habrá costado llegar a tenerlo, lo quiero.
Y así voy llenando mi vida, y así voy vaciando mi tiempo.
Discúlpame, creo que no me he presentado, mi nombre es Envidia, pero me pondría cualquier otro, solo porque lo tienes tú.
Nadie afirma conocerme aunque todos saben que formo parte de sus vidas.
Eso es todo un mérito si lo comparamos con los otros pecados capitales. Siempre existo. En algún momento. En ti que me lees. Da igual cuánto lo niegues: tú lo sabes y yo también.
Podría aconsejarte ir a la Iglesia más cercana y que allí, entre sus cuatro muros inaccesibles a todo mal, te sientas a salvo de mí.
Falacias. Hasta el mismo cura mirará tu escote sintiéndome como un calor laxo en las entrañas mientras piense en las manos que abarquen tus pechos.
Nadie está a salvo de mí, ni siquiera tus padres, ellos también me sienten dentro al comparar tu forma de vida con el tedio que llena las suyas aunque lo quieran disfrazar de orgullo. No te fíes.
¿Por qué frunces el ceño? De pronto he sentido la necesidad de tener uno para poder enmarcar ese gesto en mi cara. Seguramente me quedaría mucho mejor a mí que a ti.
O una sonrisa. ¿Imaginas cómo debe de sentarme una sonrisa? No esa de medio lado que esbozo cuando consigo lo que quiero, no. Una auténtica sonrisa como la que se tiene al estar estúpidamente enamorado. ¿Por qué no la tengo? Me la merezco más que la mayoría. Dios da pan a quién no tiene dientes.
Una sonrisa como aquella que tuviste una vez, fantaseando con una chimenea encendida y la nieve rugiendo fuera, mientras el vino se derrama sobre la alfombra y vuestros cuerpos se enlazan a ritmo de todas las baladas que algún día se compusieron.
El amor… ¿por qué no puedo tener eso? Yo lo quiero, lo ansío, deliro con él. Sueño con su mirada, con sus manos, con su arco y flecha, con sus alitas y su cuerpo rechoncho de querubín.
¿Por qué queréis amor si no sabéis usarlo? ¡Dádmelo! ¡Es mío! Sabré hacerlo mejor que tú, que tú y, por supuesto, que tú, que me estás leyendo sin entender nada.
Sí, Dios da pan a quién no tiene dientes, ilusiones a quién no tiene huevos y corazón a quién no sabe darle uso.
Te quiero profundamente.
Te quiero de tal manera que no hay espacio para que te quieras.
Te quiero sin límites, en tu piel imperfecta, en tus errores sucesivos, en tus faltas eternas, en tus compromisos inalcanzables.
Nada haces bien y te quiero.
Te quiero y te rompo tus mordazas que te atan a los miedos imaginados, que te entierran en lo que no eres, pero crees serlo.
Te quiero porque eres más importante que nadie, pero que nadie te diga tu verdadera importancia.
Te quiero más que cualquier palabra que salga de ti.
Te quiero.
CÁLLATE.
Solo quiero la agonía porque la tienes tú y te amo tanto que deseo librarte de ella.
También quiero, entre otras cosas, los colores del amanecer que miras, colarme en ese libro, robarte la infancia, la sorpresa y la alegría, caminar sin rumbo como tú, escribir en tus cuadernos, el vuelo de tu falda, despertar desperezándome al amanecer, tener tu boca para morder sus labios, el calor del vino escurriendo en mi barbilla, sentir algo alguna vez, arrancarte el corazón, devorarlo, masticar mientras me miras con miedo, y escupirlo a tus pies descalzos.
¿Por qué tiemblas? Estate quieta, no lo jodas todo. Ahora quiero temblar también. No dejes de ansiar. No lo estropees. Necesito que vuelvas a desearlo todo. Que seas enorme para anhelar serlo yo. Que solo lo quiero porque lo tienes tú. Y si tú no existes, yo no soy nada.
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