Desde hace una semana que grabamos un par de cuentos sufíes y no los había subido pues tenía ganas de editarlos y de hecho realicé varias pruebas, pero los resultados no fueron satisfactorios y es que la calidad del video siendo 3gp, osea de celular, no dio para más. Al principio estaba muy emocionado, pues en la vista previa del software que estaba utilizando, se veía muy bien, pero a la hora de exportarlo el resultado final era distinto. En fin, que no me he quedado con las ganas de subirlo al tubo aunque fuera la versión sin editar. Quizá más adelante logro adquirir una buena cámara y entonces sí jugaré con la edición.
Con respecto al cuento, bueno pues escuchen:
Solo quiero aire
(cuento sufi)
Un joven fue a ver a un sabio maestro y le preguntó:
-Señor, ¿qué debo hacer para conseguir lo que yo quiero?.
El sabio no contestó. El joven después de repetir su pregunta varias
veces con el mismo resultado se marchó y volvió al día siguiente con la
misma demanda. No obtuvo ninguna respuesta y entonces volvió por
tercera vez y repitió su pregunta:
-¿Qué debo hacer para conseguir lo que yo quiero?
El sabio le dijo:
-Ven conmigo.
Y se dirigieron a un río cercano. Entró en el agua llevando al joven de la
mano y cuando alcanzaron cierta profundidad el sabio se apoyó en los
hombros del joven y lo sumergió en el agua y pese a los esfuerzos del
joven por desasirse de él, allí lo mantuvo. Al fin lo dejó salir y el joven
respiró recuperando su aliento. Entonces preguntó el sabio:
-Cuando estabas bajo el agua, ¿qué era lo que más deseabas?
Sin vacilar contestó el joven:
-Aire, quería aire.
-¿No hubieras preferido mejor riquezas, comodidad, placeres, poder o
amor?
–No, señor, deseaba aire, necesitaba aire y solo aire -fue su inmediata
respuesta.
-Entonces -contestó el sabio-, para conseguir lo que tú quieres debes
quererlo con la misma intensidad que querías el aire, debes luchar por
ello y excluir todo lo demás. Debe ser tu única aspiración día y noche. Si
tienes ese fervor, conseguirás sin duda lo que quieres.
El descuido
Martín Buber
Cuentan:
El rabí Elimelekl estaba cenando con sus discípulos. El criado le trajo un
plato de sopa. El rabí lo volvió y la sopa se derramó sobre la mesa. El joven
Mendel, que sería rabí de Rimanov, exclamó:
-Rabí, ¿qué has hecho? Nos mandarán a todos a la cárcel.
Los otros discípulos sonrieron y se hubieran reído abiertamente, pero la
presencia del maestro los contuvo. Éste, sin embargo, no sonrió. Movió
afirmativamente la cabeza y dijo a Mendel:
-No temas, hijo mío.
Algún tiempo después se supo que en aquel día un edicto dirigido contra los
judíos de todo el país había sido presentado al emperador para que lo
firmara. Repetidas veces el emperador había tomado la pluma, pero algo
siempre lo interrumpía. Finalmente firmó. Extendió la mano hacia la arena de
secar, pero tomó por error el tintero y lo volcó sobre el papel. Entonces lo
rompió y prohibió que se lo trajeran de nuevo.
FIN
Historia de zorros
Niu Chiao
Wang vio dos zorros parados en las patas traseras y apoyados contra un
árbol. Uno de ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como
compartiendo una broma.
Trató de espantarlos, pero se mantuvieron firmes y él disparó contra el del
papel; lo hirió en el ojo y se llevó el papel. En la posada, refirió su aventura a
los otros huéspedes. Mientras estaba hablando, entró un señor que tenía un
ojo lastimado. Escuchó con interés el cuento de Wang y pidió que le
mostraran el papel. Wang ya iba a mostrárselo, cuando el posadero notó que
el recién venido tenía cola.
-¡Es un zorro! -exclamó, y en el acto el señor se convirtió en un zorro y huyó.
Los zorros intentaron repetidas veces recuperar el papel, que estaba cubierto
de caracteres ininteligibles; pero fracasaron. Wang resolvió volver a su casa.
En el camino se encontró con toda su familia, que se dirigía a la capital.
Declararon que él les había ordenado ese viaje, y su madre le mostró la
carta en que le pedía que vendiera todas las propiedades y se juntara con él
en la capital. Wang examinó la carta y vio que era una hoja en blanco.
Aunque ya no tenían techo que los cobijara, Wang ordenó:
-Regresemos.
Un día apareció un hermano menor que todos habían tenido por muerto.
Preguntó por las desgracias de la familia y Wang le refirió toda la historia.
-Ah -dijo el hermano, cuando Wang llegó a su aventura con los zorros- ahí
está la raíz de todo el mal.
Wang mostró el documento. Arrancándoselo, su hermano lo guardó con
apuro.
-Al fin he recobrado lo que buscaba -exclamó y, convirtiéndose en zorro, se
fue.
FIN
La tela de Penélope o quién engaña a quién
Augusto Monterroso
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar
de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y
singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer,
costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba
que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno
de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a
hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a
recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con
sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no
que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero,
que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
FIN