El hincha de Lanús lo vio por primera vez allá por el 27 de septiembre de 2003. Miguel Brindisi le dio pista y Diego Valeri disfrutó su estreno en el final del empate contra Vélez 1 a 1. Las lesiones y la falta de continuidad frenaron su despegue con la pelota. Hasta que, cuatro años más tarde, carreteó y voló alto. Bien alto. Se reveló como un volante con peso en el ataque. Pausa, asistencias y goles. Y junto con su juego de calidad, dio a conocer su gusto por las letras. “Soy fanático de Nietzsche, Galeano y Dolina”, confesó en aquellos días en que degustaba el título con Lanús en el Apertura. Su envase era distinto. Miraba más allá de la pelota. Y hasta se animaba a cuestionar la selva futbolera nuestra de cada día. Esa razón lo llevó, este año, a emigrar a la liga estadounidense. Menos latidos de pasión, pero nada de alambrados. Y menos aún, sonidos de balazos dentro y fuera de las canchas. Hoy, Valeri se siente a gusto en Portland Timbers, que compró su pase a cambio de tres millones de dólares. Y tiene a su familia, ahí nomás, en el cemento del estadio. Un cambio contundente, tal como puede verse en este video. El hombre vive la vida. Y cristaliza las palabras filosóficas de Nietzsche. Aquellas de que “sólo las almas ambiciosas y tensas saben lo que es arte y lo que es alegría”.