-¿Qué fuerte, no?. Al final te has ido a denunciarlo.-Mi deber como ciudadano.
Sí: y nada tranquiliza más que el deber cumplido. Ese sello de recepción, que aunque resulte casi ilegible (pero la palabra "asuntos" está bien clara), le imprime ese carácter oficial y definitivo. Yo ya sé que la jerga es incomprensible, que uno podría pensar que ese documento sirve para prácticamente cualquier fin que uno quiera proponerse. Pero está mi nombre y mis apellidos. Mi dirección, bueno, la de mis padres. Mis datos de contacto: ahí está todo tan claro. La funcionaria me insistió: todo bien claro, número del teléfono móvil, la dirección postal, la electrónica (por favor, escriba bien claro su e-mail, nos encontramos muchas veces con asuntos sin resolver porque es imposible contactar por e-mail). El misterio, bueno el misterio para los incapaces de interpretar las cosas como yo. Porque la sala solitaria, el silencio, las paredes blancas y espartanas y los cristales limpios. Repletos de gente concentrada en su trabajo: de gente que cuando veía ciertas cosas enmudecía: ya empiezan las señales, ya llega el momento de ir tras algo serio. Nada del fragor y el tránsito del delito común y de la prostituta que arrastran esposada y atraviesa la comisaría ofreciéndose a cualquiera que vea sentado tras una mesa. Nada del carterista que desafía con la mirada a quien lo ha detenido, como diciéndole que aún me dará tiempo de almorzar en casa. No: ese piso exhalaba aliento de importancia y trascendencia por todos sus poros.
Reiros si queréis: miradme con escepticismo y dejad como habéis hecho, despreciando más implicación en el pase a la posteridad, que el papel con la denuncia regrese a mis manos tras dar la vuelta a toda le mesa. Quizás es mejor para vosotros.