Ya había leído la historia de Gabriela hace años, cuando yo misma era una niña poco mayor que ella; y me había fascinado la magia que la rodeaba, la dulzura de la prosa con que su madre literaria había narrado sus sorprendentes peripecias. Habían pasado muchos años –décadas incluso- desde que mis ojos recorrieron por primera vez la geografía de este cuento de Ana María Matute y apenas recordaba ya los detalles de su argumento. Lo que sí se mantenía vivo en mi recuerdo era la etiqueta mental que entonces le había dado: “libro para leer en voz alta”. Déjenme que les aclare que en mis primeros años como lectora –casi también coincidentes con los primeros de vida- sin más criterio literario que el repeluco de mis propias entrañas, solía clasificar los libros que leía con etiquetas tales como:-“Malo. Olvidarlo.” (Y nunca más se sabía de ellos, caían en el agujero negro de los libros que no se habían escrito para mí.)-“Ahora no me gustó. Leer más adelante.” (En estos casos había cierta esperanza, pues solían ser libros que por mi edad no llegaban a atraparme pero que intuía que podían hacerlo en el futuro. En la mayoría de los casos, no me equivocaba.)-“Bueno. Lectura rápida, entretenida”. (Solían ser libros que me gustaban sin más, pero que sabía que –con todo lo que había por ahí pendiente para leer- no me ocuparía en releer jamás.)-“Excelente. Para leer en voz alta”. (Estos eran los mejores, los que se disfrutaban, se saboreaban en voz alta, como si estuvieran hechos de música. Eran libros con los que no me importaba pasar horas, leer con lentitud, y al terminarlos sabía que algún día volveríamos a encontrarnos.)
Pues bien, con Sólo un pie descalzo así ha sido. Gracias a Ediciones Destino que ha emprendido el genial proyecto de reeditar nueve cuentos infantiles clásicos de la Matute, se ha producido el reencuentro. Ya están en librerías los dos primeros: El saltamontes verde y el aquí reseñado Sólo un pie descalzo. A ellos seguirán próximamente: Paulina, Caballito loco, El país de la pizarra, El aprendiz, El polizón de Ulises, El verdadero final de la Bella Durmientey Carnavalito. El resultado de los dos primeros títulos ha sido una edición maravillosa, cuidada con el mimo de quien sabe el valor de lo que tiene entre las manos, con una disposición muy limpia del texto encuadrado escueta y elegantemente en cada página y, por añadidura, con el regalo visual de las ilustraciones que Albert Asensio ha concebido en perfecta consonancia con la esencia del propio texto y el alma de los personajes. En conjunto, un marco apetecible.
Sólo un pie descalzo narra la infancia de Gabriela, una niña que, por una razón desconocida incluso para ella misma, solía perder a menudo un zapato –y sólo uno, no los dos- provocando el enfado en los mayores y, consecuentemente, un sentimiento de tristeza y marginación en ella misma. Pero un día la pequeña descubre algo muy especial: que existe un país para seres con un solo zapato… o un asa rota, o sin tapadera, o con una pierna menos, o que simplemente quedaron anticuados, inservibles y olvidados del resto del mundo. Lo que ocurre una vez que traspasa esa puerta dejo que lo descubran personalmente.
Reencontrarme con Gabriela ha sido una experiencia deliciosa. No recuerdo qué extraje de su lectura la primera vez –más que aquella consideración de ser digna de leer en voz alta- pero hoy por hoy he hallado en esta historia tierna y hermosa a la niña que fui, a esa persona nueva que descubre el universo de su alrededor y se enfrenta a su hostilidad con fantasía, esa pequeña que crece queriendo sólo que la quieran, a ratos maldiciendo y a veces anhelando su invisibilidad; la personita que encontraba en las cosas raras y únicas su esperanza particular.
Al leerlo es imposible no plantearse cuánto tiene Gabriela de Ana María Matute, la pequeña tímida y tartamuda que empezó a escribir con tan sólo cinco años y creció narrando mundos que le hicieron merecer premios como el Planeta, el Nadal, el Nacional de Literatura o el Cervantes. Parece fácil reconocer en esta protagonista algo o mucho de la eterna niña Ana María que hoy ocupa una silla en la Real Academia de la Lengua con la letra más rara de todas, la k.
Sólo un pie descalzo, al fin y al cabo, puede ser la historia de cualquiera que busca su lugar en el mundo y necesita que le recuerden que todos tenemos alguna tara, que como decía el final de aquella alocada película: Nadie es perfecto.
Recomendable lectura tierna y amable, dulce y melodiosa, para leer en voz alta. Ningún infante debería crecer sin conocer a Gabriela. En definitiva, un cuento infantil para niños sin edad.