Parece que estos dos oseznos pardos se han decidido a salir para dar un paseo. Bien juntitos, de la zarpa, como dos cachorros bien educados. Probablemente, su madre no ande lejos y así continuará hasta que los dos benditos de la fotografía cumplan un año y medio de vida. Entonces, cada cual se irá por su cuenta, en soledad, a buscarse la vida por los bosques canadienses o los bosques boreales de Suecia y Noruega, su gran paraíso. Pero ahora aun es pronto para pensar a tan largo plazo.
El tiempo de los plantígrados, como el del hombre de hoy, también se mide en horas, en días, en minutos, y no permite albergar esperanzas. Los protagonistas de la imagen nacieron en marzo, en la osera que su preñada madre preparó para hibernar.
Ahora se acicalan para encarar con garantías un nuevo invierno, frío y seco, en Sprucedale, Ontario, Canadá, donde un grupo de conservacionistas ha creado un estupendo santuario para la rehabilitación de estos imponentes animales. Y mientras su sufrida madre se devana los sesos para llenar la despensa corporal que les servirá de escudo invernal, los dos ingenuos ositos como si nada: jugarán y jugarán hasta que caigan rendidos.
Sin embargo, para ellos es un ejercicio necesario. Así aprenden a cazar, desarrollan los impresionantes músculos de la mandíbula y, lo más importante, agudizarán un instinto olfativo implacable para la búsqueda futura de alimento.
La vida es sueño, o juego, según se mire. Aunque visto desde otras latitudes, por ejemplo Europa, resulta cada día más difícil mirar con ojos benevolentes el devenir de los tiempos. La vida se ha tornado mercadería y el invierno, que a partir de hoy camina confiado hacia su fin, nos anima a postrarnos en una profunda hibernación.