En serio, la juventud está causando estragos, y más cuando a relaciones (o en este caso, a no-relaciones) se refiere. Estos días (iba a echarle la culpa al cambio de estación, pero eso solo me sirve en primavera, que tienen ciertos estudios) muchos de los que me rodean, se han enamorado. Sí, sí, amor. Pero de ese que, encima, da grima, de los edulcorados a más no poder, de los que necesitas una inyección de insulina. Lo peor de todo es que son mis solteritos (esta vez ellas son las malignas) y cada situación es más rocambolesca que la anterior.Piden consejo a su amiga más cercana, a la que termina con el cerebro frito, a la que ha escarmentado más que suficiente con ese tipo de relación: el follamigo.Hace unos meses publicamos un post sobre las relaciones de los follamigos, y también dimos ese contrato que circula por la red que debería de entregarse cada vez que a una mente enferma le da por embarcarse en ese tipo de relación. Pero oye, oídos sordos. No me cansaré de repetirlo: ¿Acaso no os dáis cuenta de que la relaciones de los follamigos siempre tienen un fin, y ese fin es cuando una de las partes se enamora?Y así nos hemos visto.
Hace años alguien a quien admiro y me enseñó bastantes verdades de la vida, me dijo "Lili, en esta vida lo que se debería de fomentar es el tonteíco". Y qué razón. Para los follamigos, esa situación privilegiada debería de prolongarse lo más posible. El tonteo previo, el arte de la conquista, es el mejor momento de todos. Esa fase de encaprichamiento, el sí o no, el esperar a que aparezca por arte de magia, al que pase de ti y tú te pongas de los nervios, a los besos furtivos cuando nadie os ve.
Menos lloros y más ceñirse al contrato, caramba, que para algo lo habéis elegido así.