Soluciones extraordinarias

Por Aceituno

Ayer fue un día horrible, uno de esos días en los que no sabes cómo hacer para no mandarlo todo al carajo y rendirte. Las lágrimas no ayudan porque hay que reprimirlas para que no duela aún más. Mi chica se asusta y tiembla. A ella sí se le saltan las lágrimas, de manera que en cuanto la veo no puedo reprimir a las mías y se escapan también, pero solo son dos o tres que caen lentamente por la mejilla, en silencio, con una timidez impropia del momento de dolor que vivo. Nos tomamos de la mano sin mirarnos a los ojos porque si lo hacemos es peor: vemos el horror dibujado en nuestras caras.

No sé cuántas de estas crisis nos quedan por vivir. Espero que sean muchas, pero me da la impresión de que cada una de ellas forma parte de una cuenta regresiva. De nada sirve, a estas alturas, ponerse a pensar en lo justo o lo injusto de la situación. Al fin y al cabo siempre habrá gente que esté peor que nosotros, así que por ese lado no nos podemos quejar. No somos tan importantes como para quejarnos. De hecho no le importamos a nadie salvo a nuestras reducidas familias, no hemos hecho nada por la humanidad ni hemos sido especialmente populares entre nuestros amigos. Lo único de verdad importante que tenemos es a nosotros mismos, el uno al otro.

Me duele la boca de decirlo, pero lo seguiré diciendo y escribiendo las veces que haga falta: pienso seguir luchando hasta el final y no voy a permitir que episodios aislados de dolor vengan a hacerme dudar o a reblandecerme los ánimos. De eso nada. Quiero vivir mucho tiempo más y estoy seguro de que así será. Con ayuda de la morfina, por supuesto, pero lo conseguiré. Tengo planes, sueños e ilusiones renovadas. El cáncer ha sido un mazazo enorme en toda la boca, pero aún me quedan un par de dientes para mordisquear lo que me echen. Esta es una guerra más extraordinaria, más intensa y más cruel de lo que nadie puede imaginarse y me consta que hacen falta soluciones extraordinarias para tratar de mitigar problemas extraordinarios. Pues bien, me he dado cuenta de que esas soluciones solo las puedo encontrar en un sitio: en el interior de mí mismo. No sé exactamente en qué parte, pero ahí están, esperando que las use como corresponde para resistir en esta pelea el máximo tiempo posible, para no rendirme ni desfallecer y para morir cuando llegue mi hora, ni un minuto antes.