Sombras del ParaísoArturo NeimanisCapítulo XVIII: La Lengua de los ÁngelesJulio 7, 2014Sombras del Paraísopor: Arturo Neimanis
CAPITULO XVIIILa Lengua de los Ángeles
¿Pero no es una broma, una ficción, una de las mejores estrategias para ocultar una verdad y un asunto serio? “Con el anzuelo de la mentira pescarás la carpa de la verdad”, (William Shakespeare en Hamlet)
Mi amigo Leonardo era en verdad una personalidad interesante, de niño, yo trabajaba como escribano para su padre, Messer Piero Fruosino, a fin de poder seguir de cerca su evolución como persona. Cada vez que Don Piero salía de viaje, cosa que hacía con relativa frecuencia, le pedía que le trajese mil y una cosas, como todo niño de cualquier época, y cuando volvía al hogar, descubría que dicho interés había cambiado, que si al irse Leonardo tenía curiosidad por la vida y su funcionamiento, al regresar tenía en la mecánica la fuente de su curiosidad, o en los animales mitológicos o en la historia sacra. Así, aquello que Don Piero traía consigo —libros, pequeñas máquinas, acaso especímenes disecados o un testimonio recogido en alguna taberna— se revelaba si no inútil, al menos atrasado con respecto a las inquietudes de su hijo, siempre en movimiento, siempre en otra cosa.
La imagen que tenemos de su genialidad, se extiende sobre todos los ámbitos con pinceladas luminosas, hasta el punto que históricamente se le ha atribuido conexión con el misticismo. Un espíritu tan lleno de inmensidad como el suyo, siempre se recarga de un aura de misterio. Casi un superhéroe antes de la cultura pop. Su figura es inabarcable y fascinante. Quizás como ocurre con las teorías de la conspiración, postular que fue parte de una sociedad secreta o que su genio provenía de algún tipo de disciplina esotérica es tan sólo una forma de entender aquello que nos parece insondable y que necesitamos incrustar en una trama que se ajuste a nuestras expectativas de cómo funciona la realidad.
Estuve con Leonardo hasta el momento de su muerte y se con certeza, ahora lo sé, que él no escribió el manuscrito, lo hizo uno de sus discípulos, su fiel Francesco Melzi, a quien legó sus proyectos, diseños y pinturas. Incluso llegué a saber cuáles fueron sus fuentes para hacerlo, y por más incierto que parezca, el simplemente ¡no tuvo nada que ver con esa docena de hojas que atormentan a mi intelecto!
He seguido al manuscrito de mano en mano hasta casi darme por vencido, sin embargo, el premio a la constancia siempre es bien recibido. Jamás habría pasado por mi mente semejante designio, termina siendo que las doce paginas añadidas, o al menos así lo creí en ese momento, si terminaban indirectamente siendo obra del gran Leonardo, pero no como yo creía. Cuatro siglos después de muerto, su esencia vital recayó en otro gran personaje de la historia, uno que marco mis primeras lecturas cuando era apenas un pre adolescente imberbe: Julio Verne y a quien el destino me tenía preparado para que llegásemos a ser íntimos amigos.
El y no otro parecía ser el autor de aquellas páginas y, ¿Cómo podría ser de otro modo?, en ese envoltorio carnal, para mi sorpresa, reencontré a mi amigo Leonardo, el gran genio del Renacimiento ahora convertido en uno de los más importantes escritores de Francia y de toda Europa gracias a la evidente influencia de sus libros en la literatura vanguardista y el surrealismo. Llegue a él cumpliendo una nueva tarea encargada por el guardián, una anécdota curiosa, en 1863, había escrito una novela llamada París en el siglo XX acerca de un joven que vive en un mundo de rascacielos de cristal, trenes de alta velocidad, automóviles a gas, computadoras y una red mundial de comunicaciones con Internet incluido, pero que no puede alcanzar la felicidad, lo cual, lo lleva a un trágico fin. En la obra se expresan conceptos como el que los ferrocarriles pasarían de las manos de los particulares a las del Estado. Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer. El latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino también enterradas. La mayor parte de los innumerables coches que surcaban la calzada de los bulevares lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas. Mayoría de edad a los dieciocho. Incluso, y transcribo textualmente "...ya no hay mujeres (...) se han pasado al género masculino y ya no merecen la mirada de un artista ni la atención de un amante".
Su editor pensó que el pesimismo de la novela podía dañar la promisoria carrera de Jules y le sugirió que esperase veinte años para publicarla. Éste puso el manuscrito en una caja fuerte, donde quedaría olvidada hasta que fue descubierta por su bisnieto en 1989 y publicada en 1994. Como bien lo dijo William Shakespeare por medio de Hamlet: "¡Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que se sueñan en tu filosofía!..." Un escritor genial sin duda, que encierra un profundo misterio detrás de sus obras.
Esta y muchísimas otras “coincidencias” han hecho pensar a muchos que era más que un escritor de textos fantasiosos, algunos le atribuyen conocimientos que van más allá del tiempo en que vivía. Es su novela “Alrededor de la Luna”, segunda parte de “De la Tierra a la Luna”, escrita en 1870, la que más alimenta el misterio. En ella hay tal vez demasiadas coincidencias con el verdadero viaje realizado en el Apolo 11 en 1969. El primer hecho curioso es que ubicara la obra en los Estados Unidos, siendo el francés, lo más lógico hubiese sido ubicar la escena en alguno de los territorios de ultramar de su país, cabe resaltar que en aquella época, ellos (los estadounidenses) no tenían el poder casi hegemónico en cuanto a ciencia que habían alcanzado para la década de los sesenta, por eso resulta curioso que Verne considerara a esta nación como la propulsora de dicha tarea. Indicó además el estado de Florida para el lanzamiento, en una zona muy próxima a Cabo Cañaveral. Aún más: en la novela, el aterrizaje también se produce en el mar, a escasas cuatro millas del lugar en el que realmente lo hizo el Apolo 11. Asimismo, explica que la nave estaría protegida por paredes de aluminio de 20 cm, las paredes del Apolo estaban hechas con paneles de este material de 30 cm. Además, y esto quizá sea lo más sorprendente, coincidió, no sólo con el número de los tripulantes, tres en total, uno de ellos incluso, se llamaba Michael Nikol, uno de los astronautas del Apolo se llamaba Michael Colín (Ni-kol al revés).
En sí, Julio Verne, siempre negó tener dones proféticos, aseguraba que poseía documentos e ideas científicas de vanguardia en la Francia del siglo XIX. Me consta que tenía fuentes de información que muchos en su época no manejaban, yo mismo le facilité algunas buscando ganarme su amistad, como ya una vez lo había logrado en su anterior encarnación. Cosa que a la larga hice, pero sólo después de muchos años y a raíz del intento de asesinato por parte de su sobrino Gastón, hecho en el que tuve parte activa para salvar su vida. En ese momento supe que estaba en la buena senda, el guardián me había enviado directo hacia esta encrucijada histórica y aquella, según lo sentí en ese momento, era la decisión apropiada para el momento. A raíz de ese atentado, a Gastón lo encerraron en el manicomio, mi amistad con él se hizo más íntima y Verne se encerró más en sí mismo.
Muchos especularon que esta tentativa se debía a los lazos que le unían con la masonería. Yo que se la verdadera razón, mas no puedo revelárselas en nombre de mi amistad con él, les puedo asegurar que eso es completamente falso. Solo les puedo señalar que la razón fue mucho más banal que cualquiera de las hipótesis que surgieron luego.
Antes de morir, preparaba una obra apocalíptica, el libro titulado La invasión del mar (1905) donde narra que Europa sería cubierta por las aguas que llegarían de los polos, producto de un deshielo a consecuencia del cambio climático, lo que provocaba que el hombre volviera a su forma primitiva. En la misma onda, también publicó El eterno Adán, en la que sitúa la acción en México y en donde el protagonista descubre y traduce un diario que narra la destrucción de toda la humanidad y la sobrevivencia del ser humano. En su lecho de muerte, aquejado por la diabetes, me confeso que realmente ese diario existe y que lo poco de él que había logrado traducir le inspiro la obra. Según me dijo, ¡el diario contenía tan solo una docena de páginas, pero resumía integra la historia del ser humano!
Mi búsqueda se vio así reducida a un lapso de tiempo inferior a cien años, nada en comparación con todo el trayecto recorrido pero, y es un pero bastante grande, estaba seguro que sería el tramo más arduo. Los buenos misterios son realmente difíciles de desentrañar. Jules no alcanzo a decirme como logró traducir aquel obscuro lenguaje, lo único que alcance a entender es que estaba escrito en clave, en el idioma de los ángeles caídos: El Enoquiano, un absoluto misterio para los estudiosos de las lenguas, sus caracteres y el lenguaje en sí, conforman un auténtico sistema idiomático que puede ser traducido. Sin embargo, no existen referencias hasta hoy día que este idioma haya sido alguna vez utilizado o hablado por hombre alguno en la historia de la humanidad.
¡Por eso no era capaz de leerlo!, el guardián me dotó del don de la comprensión para todos los idiomas humanos, pasados, presentes o futuros, eso no incluye al idioma de los ángeles. ¡Oh, Oh!, me va a tocar volver a la escuela, solo que, ¿Dónde imparten cursos de idioma angelical?
Continuará...