En abril de este año recibí un correo electrónico de un señor que se presentaba como Mauricio Runno, periodista y escritor residente en Mendoza (Argentina), y que estaba organizando en esta ciudad un homenaje a Antonio Di Benedetto (Mendoza, 1922-Buenos Aires, 1986), para noviembre, momento en que se cumplirían 90 años desde su nacimiento. Mauricio Runno había encontrado en internet las tres entradas que yo le había dedicado en el blog a este autor y me preguntaba si me apetecía participar en el homenaje dando mi visión sobre la obra de Di Benedetto vía streaming. Yo le dije que sí, aunque pensando que tendría que averiguar cómo se usaba el programa skipe, lo que me producía una pequeña tensión (nota personal: si la tecnología te estresa es que te estás haciendo mayor). Quería para ese momento leer los Cuentos completos de Di Benedetto y alguna novela más; pero me pasó lo mismo que a los malos estudiantes: la fecha parecía muy lejana y lo fui dejando, hasta finales de octubre que me puse con Sombras, nada más, la última de las novelas de este autor. No había, en realidad, problema: a finales de octubre también escribí a Mauricio Runno para preguntarle cómo iba la organización del evento, y me comunicó que la municipalidad de Mendoza había recortado los fondos públicos para cultura y el homenaje a Di Benedetto en su ciudad por el 90 aniversario de su nacimiento se había cancelado. Que se caiga por falta de presupuesto un proyecto en el que ibas a participar gratis creo que define el futuro que hemos de aguardar para la cultura, o al menos para la cultura literaria.
Como ya he contado en el blog compré Sombras, nada más en La Central de Callao el día de su inauguración. La había visto por primera vez en la Casa del Libro de Gran Vía, en verano, antes del viaje a San Francisco, y decidí posponer su compra a la vuelta de este viaje, pensando que un libro de Di Benedetto impreso en el barrio bonaerense de Avellaneda y traído hasta la Gran Vía de Madrid sólo me interesaba a mí y que iba a durar años, si no lo compraba yo, en los anaqueles de la Casa del Libro. Pero afortunadamente me equivoqué: si la persona que compró ese ejemplar lee esto (al final somos cuatro los que nos interesamos por estas cosas), por favor que me deje un comentario en esa entrada y que me lo cuente (me haría ilusión).
Sombras, nada más fue publicada en 1985, poco antes de la muerte del autor, y aquel año recibió el premio Boris Vian, uno de los más prestigiosos del campo literario argentino, como leo en la contraportada del libro.
El protagonista es Emanuel, un maduro periodista argentino que al comienzo de la novela está dejando Madrid para irse a vivir a una isla norteamericana del Atlántico (como leemos en la contraportada del libro), y que, en la página 296 (a 9 páginas de la última), se dice que es New Hampshire, donde hay una colonia para artistas, presumiblemente becados.
En una pequeña introducción al libro, Di Benedetto nos advierte: “La palabra sombras vale tanto como sueños”; “Los delirios oníricos en estas páginas se producen en tres épocas y en sitios bien diferentes”; “El autor ha cuidado, poco menos que unánimemente, que todo el texto guarde la fisonomía o un perfil de los sueños, como la incoherencia y los episodios de aparición repentina sin solución ni epílogo propio” (pág. 5). En la Colonia de New Hampshire, Emanuel evoca o sueña con su pasado –las diferencias entre evocar o soñar se borran en el texto–, y el tema principal de la novela se convierte en una reflexión desencantada sobre la profesión del periodismo, a la que Emanuel llega con una fuerte vocación pero sin formación de ningún tipo: “No lo indico para alentaros, muchachos, sino para que os deis cuenta del tamaño de nuestra profesión y que así nomás es, cosecha su gente entre los que saben escribir porque son escritores natos o porque han cursado Letras. Por eso la bohemia –añade como conclusión don Federico– y por eso el acostumbramiento a la pobreza” (pág. 30).
Emanuel sueña o evoca una visita a unos pobres pueblos laguneros de la sierra, y el joven periodista empezará a comprender que ser honesto y ecuánime en la profesión que ha elegido no es tarea fácil. En la segunda mitad del libro un Emanuel maduro, pero todavía vigoroso, ha conseguido ascender puestos en el periódico donde trabaja y situarse a la diestra de los patronos. Ya su deseo no es hacer justicia para los más necesitados sino contratar a jóvenes periodistas femeninas con las que poder acostarse amparado por el poder que le otorga su puesto, mientras esquiva a la desconfiada de su mujer.
Voy a hacer hincapié ahora en las últimas palabras que antes copié del prólogo: “Episodios de aparición repentina sin solución ni epílogo propio”. Las escenas descritas en Sombras, nada más se suceden eludiendo el orden lógico compositivo (la consecución de secuencias movidas por una relación de causa-efecto) que yo como lector esperaba de una novela. Por ejemplo, al llegar a la Colonia, Emanuel se fija en una atractiva mujer a la que llama Caperucita, después comienza la evocación de su pasado y ese camino narrativo, la conquista de Caperucita, queda sin continuidad. Los personajes aparecen en la novela, se van en cualquier momento, y aparece otro de la nada que deja al anterior en una nueva vía muerta narrativa, y así sucesivamente.
La sensación de sueño o sombra que quería crear Di Benedetto se acaba convirtiendo en una barrera frente a las expectativas del lector, o al menos de mis expectativas como lector. Yo también conozco a personas en mi vida que salen de ella sin continuidad, pero uno espera algo diferente de una novela, espera –me percato ahora que me obligo a reflexionar sobre lo leído– un orden dentro del caos, una coherencia compositiva en la que las escenas expuestas lleguen a resolverse, no escenas que no sabemos de dónde vienen ni cómo continúan. Porque el riesgo de escribir una novela así es que el lector avance a través de ella sin acompañar realmente a los personajes, sintiendo la lectura como un camino gélido y desdibujado, incómodo. A menudo volvía hacia atrás pensando que me había perdido algo de información, y a veces era así, no había prestado suficiente interés a una línea, y a veces no, a veces ese personaje había aparecido y la relación de él con Emanuel era un sobreentendido del libro.
Leemos también en la contraportada: “Experiencia real y ficción se entrecruzan; autor, personaje y narrador se contaminan y por momentos se fusionan”. Esto ocurre una vez en el libro, en las páginas 50-51 se abandona por un momento la narración en tercera persona y se pasa a la primera: “Ahora soy el simio colgado del árbol, con una agitación interior que por su resonancia parece que zumba” (pág. 50); “Señor, yo no querría enredarlo en estas situaciones de mi historia, sí, pase con el libro, ya que lo tiene en las manos, pero no con mis fantasmas. No entiendo por fantasmas una aparición que ondea en un velo, no digo que sea un fantasma un cadáver con la nariz roída, digo fantasma sin poder indicarle de qué se trata, nos entenderemos si usted lo ha sentido alguna vez. Le explico lo que yo siento como algo físico que está ante mí y es invisible, gravita, veo una sombra, la sombra de qué, porque todo es sombra, digamos es noche cerrada” (pág. 51); y este juego entre la tercera persona y la primera, entre narrador y personaje, en realidad no vuelve a repetirse: de nuevo tenemos aquí otro camino abandonado.
En Sombras, nada más hay momentos brillantes, sin duda; destacaría la relación del Emanuel maduro con el atormentado joven Maldonor, un personaje de marcado carácter dostoievskiano. Y el lenguaje es nítido y preciso, hermoso. Pero la propia esencia del tipo de escritura que Di Benedetto elige para desarrollar esta novela hace que su lectura se me haya hecho menos atractiva que los libros ya leídos de él: Zama, El silenciero y Los suicidas, la llamada Trilogía de la espera. Así que volveré a recomendar estos libros, publicados recientemente en España en un volumen por la editorial El Aleph, y sobre todo Zama, una auténtica obra maestra.