Sombreros

Publicado el 14 marzo 2012 por Anarod
Se avecina otra primavera animada (esperemos).
De momento, las calles y las plazas y las avenidas y los viejos bulevares se van llenando.
El domingo pasado picaba el sol (o cascaba).
Y recordé entonces la más extraña (y hasta pintoresca) manifestación de que jamás tuve noticia.
Me instalo, deliberadamente, en el registro libresco por no desparrarme ahora en evocaciones varias (y recordar, por ejemplo, las no menos pintorescas demostraciones -¡éramos tan cosmopolitas!- que se montaban en la Barcelona de los setenta).
Sucedía en Barcelona, en agosto de 1936, recién encendida la Guerra Civil.

Un inspirado plumilla de Solidaridad Obrera (tengo pendiente un artículo sobre los excesos retóricos de mis queridos ácratas), un tal Sixto, tuvo la ocurrencia de publicar un curioso artículo titulado “Los sombreros”, donde se leía:

El sombrero es una pieza de la indumentaria, antiestética, innecesaria y reveladora de una presunta superioridad de la mollera que lo sostiene. Las épocas se han sucedido y parece que lo único que separa a los hombres es el copa, el hongo, el flexible y el paja. Los marineros corsarios tocaban su cabeza con un pañolón rojo. El capitán pirata llevaba, además, un sombrero de tres picos, aunque fuera doble bruto y criminal que sus subordinados. La revolución francesa terminó momentáneamente con el sombrero porque la pequeña burguesía temía cubrirse la testa con los sombreros heredados de los aristócratas y por eso inventó la escarapela, hasta que logró dominar al pueblo. En Rusia, la gorra de plato fue artículo de primera necesidad en los heroicos tiempos de la revolución, hasta que a Litvinov se le ocurrió disfrazarse de millonario y montar una oficina burguesa en Ginebra. ¿Cuántos sombreros habéis visto estos días por la calle, camaradas? ¡Ninguno o apenas ninguno! Pues bien; es necesario que el sombrero desaparezca. (Que nos perdonen nuestros camaradas sombrereros, pero estamos seguros que en cualquier otra industria trabajarán con provecho altamente superior para la colectividad). Mientras en la calle no se vean monteras, la revolución será nuestra. Cuando éstas aparezcan de nuevo, habrán empezado las antesalas y los cuchicheos que darán al traste con nuestros propósitos. Tiene una significación histórica muy negra para no darnos cuenta de que es una arma de poder. En cuanto el miedo de la burguesía se aminora, la confianza renace de nuevo y prosiguen los escarnios y las injusticias. El barómetro de la burguesía es el sombrero ¡Guerra a los sombreros!

Pues bien, Sixto consiguió algo inverosímil aquellos días: abarrotar la barcelonesa plaza de Sant Jaume de sombreros, unidos los patronos y los obreros para salvar al gremio. Al día siguiente el mismo rotativo informaba de la protesta y obligaba al ingenioso a disculparse.


¡Cosas!