Creo que no os lo había contado, pero este año los Reyes (especialmente uno) se portaron mejor que nunca conmigo y entre las muchas cosas que dejaron al lado de mis relucientes zapatos encontré una que me hizo especialmente ilusión, un tocadiscos. Llevaba ya mucho tiempo obcecado en hacerme con uno pero no teminaba de dar el paso, y cuando más convencido estaba resulta que se me han adelantado... No voy a entrar en cuestiones de sonido porque, entre otras cosas, no creo que sea capaz de apreciar realmente las diferencias, pero la verdad es que con eso de sacar el disco de la funda, ponerlo en el plato y colocar la aguja hace que te sientas más partícipe de la música que estás escuchando. Y qué decir de ese ronroneo continuo... La verdad es que hacía mucho que no disfrutaba tanto de la música como estos días, y eso que de momento no tengo una amplia coleción que se diga... Esto del vinilo es bonito, romántico incluso, pero caro como el peor de los vicios, aunque, claro está, lo bueno se paga. Hace un par de días fui a una tienda de discos y aunque me habría llevado una furgoneta bien cargada, tuve que ajustarme a la realidad y escoger un par; A propósito de Garfunkel de The New Raemon y Seing Things, de Jakob Dylan.
El de Ramón, de momento, apenas lo he tocado, pero es que desde la primera vez que escuché el único disco que hasta la fecha ha publicado el hijo de mi tío Bob (joder, ¡somos primos!) sonando en mi tocadiscos apenas puedo prestarle atención a otra cosa... Seing things es uno de mis discos favoritos de la última década, una delicia acústica que, como me decía mi buen amigo Pablo hoy, suena a madera. Al álbum de Jakob no le sobra ni una canción, no podría elegir mi favorita, así que hoy os dejo con Something good this way comes, la que suena mientras escribo...