Leí hace tiempo un artículo en el que se criticaba, desde organizaciones feministas (esto es, dedicadas a que mejore la situación de la mujer en esta sociedad primermundista donde los problemas son igualdad de salario, violencia de género y otras formas de no decir “machismo”) se alertaba de que la imagen de la muñeca Barbie podía llevar a las niñas a tener una relación dañina hacia su cuerpo, porque la muñeca tiene unas proporciones irreales en los humanos. Nunca se dijo nada de la Nancy, tan guapa y cabezona, ni de Chabel, esa pija redomada, ni nos alertaron de que las Barriguitas, uhm, quizá no eran saludables del todo, tan rollizas y tan vagas, que ni de pie se podían mantener.
Con los niños no se lanza esa alerta: tienen muñecos musculados en exceso, vehículos que en la vida real no verán a menos que vayan a una exposición bélica y, ojo, juegan a destruir, matar, pelear. Las niñas juegan a soñar con tener mega-tetas y cinturita de avispa, sonrisa congelada, pelo rubio platino y ojazos que no parpadean. Ellos se preparan para la vida real, donde les van a dar golpes, cañonazos en forma de discusiones de trabajo, tías estúpidas a las que tratar de manera disciplente y eficaz. Ellas se preparan para una y mil frustraciones, porque tarde o temprano descubrirán que la belleza, oh drama, no es infalible. Siempre habrá alguna más guapa, alguna Barbie recién comprada y no habrá ningún Ken para consolarte. Porque ellos no son Ken. Y tú, siendo Barbie, no tienes más.
El artículo al que me refería antes alertaba de eso, de que no hay que decirle a las niñas que jueguen únicamente con Barbies, porque ellas no lo son. Porque los niños se creen todo lo que juegan. Sí, sí. De hecho, yo tengo en casa un balón prisionero desde los ocho años que mis compañeros del colegio jamás encontrarán, ¿vosotros no guardáis rehenes del rescate? ¿No?
Claro que no. Porque los juegos te marcan unos roles, sí, y eso es peligroso, pero no son los únicos en hacerlo. Esos roles pueden venir determinados por la situación de los niños en su casa, por cómo vean que se tratan mamá y papá y qué hace cada uno, por cómo son sus profesores y qué les enseñan, por lo que les dicen los medios de comunicación. Y los medios de comunicación, con artículos como el de la Barbie, lo dicen bien alto: Las mujeres somos medio lelas.
A las mujeres hay que cuidarlas y protegerlas (he escrito esto tantas veces que me aburro, pido perdón a los que habéis leído más de lo mío, más de lo mismo) y hay que darles ánimos porque, pobrecitas, se lo merecen. Las mujeres nos lo merecemos todo. Todo, ¡todo! Por eso seguimos cobrando menos que los hombres, seguimos escuchando que cuando tenemos la regla nos ponemos inaguantables y seguimos diciendo que somos “más malas que ellos”. Pequeña lección gramatical: “más malas” equivale a “peor”, que es más correcto lingüísticamente. Esto es, que las mujeres somos “peores que ellos”. Porque somos más retorcidas, más hijas de puta, somos malas entre nosotras, tía. Y siempre os responderé lo mismo cuando lo decís en mi presencia. Habla por ti, yo no me considero una hija de puta. Si lo dice un hombre, se le puede decir algo así: “que las mujeres que te rodean sean unas víboras no implica que todas las demás lo seamos”. ¿Que así insultas a las mujeres de su familia y a su novia? Claro, ¿pero de dónde te crees que sacó esa idea? ¿No ves que es un hombre y es un tontorrón, noble, que cuando algo le enfada va y lo suelta y luego como si nada?
¿Somos las mujeres medio lelas? Debemos serlo, porque si yo, como mujer, cuando me enfado, voy y lo suelto a lo rol masculino, soy rechazada, señalada y ligeramente apartada. Probad a hacerlo, comportaos como un hombre dice que ellos se comportan. Error. No les gusta. ¿Entonces, quién me marca el rol en el que me sitúo? Los grupos sociales empujan a que nos comportemos de una manera definida para no desentonar, para no ser la rara, la que asusta.
¿Somos bobas? De verdad lo pregunto. ¿Necesito que publicaciones, artículos, amigos o desconocidos en un bar me digan que las mujeres runners tenemos mucho mérito? A veces creo que la única estúpida en la sala soy yo, porque le veo mérito a alguien que corre con una prótesis en una pierna, por ejemplo, o después de un accidente o una enfermedad, pero ¿por qué tengo más mérito yo que cualquiera de mis compañeros corredores hombres en una carrera? ¿Por qué las mujeres animan a otras mujeres a que corran? ¿Qué estupidez es ésta? ¿Tan tontas somos que necesitamos que se dirijan específicamente a nuestro género? ¿Qué opinaríamos si ocurriese al revés, si se animase a los hombres a, por ejemplo, hacer Pilates, algo asociado más a la mujer? Hombres Pilateros. Y todos animándole como si fuera un lerdo que no sabe ni sentarse en la colchoneta. ¿A que no es necesario?
¿De verdad es ésta la sociedad en la que se supone que más estamos avanzando en la igualdad de géneros? ¿Por qué se pide “normalización” para tantas cosas y no para estas absurdeces? ¿Cómo hacerlo? Poco a poco. A base de educación y de repetir cosas como ésta una y mil veces. Las mujeres debemos reafirmarnos constantemente ante otras mujeres, ante los hombres. A cada frase machista debemos lanzar la alerta, para que dejen de darse por supuesto. No considerarse inferior a ningún hombre, saberse una igual y predicarlo: mirar a los ojos, hablar directa y sin miedo alguno. Quizá la clave está en interiorizar que eres una como ellos, en lugar de criticar a la amiga que se va de la mesa porque, al fin y al cabo, es lo que se espera de ti.
Despierta y espabila, bonita. Y si te consideras medio lela, no nos hagas culpable al resto de mujeres de que a ti no te dé para más.