10 octubre 2014 por evasinmás
En general todos somos unos gruñones. Me dirán que exagero, que la mayoría de personas son amables y sonrientes pero yo no me las encuentro con tanta frecuencia. Más bien veo cada vez más caras hoscas, voces implacables que acusan a las dependientas de lentitud, ciudadanos que, ya desde la cola, sueltan improperios contra los funcionarios que los van a atender, pacientes que sin ser todavía la hora de su consulta ya se están quejado del hipotético retraso. Y sí, es que convivimos con dependientas que a veces tardan en atendernos y con algunos empleados públicos que se equivocan en nuestros trámites y se dirigen a nosotros sin el respeto debido y con médicos a los que no les importa que estemos enfermos en una sala de espera cuando a ellos les ha entrado ganas de echarse un cigarrito. Pero tendemos a generalizar demasiado estas situaciones y eso no puede ser sino porque somos todos unos gruñones. Porque no nos miramos al espejo y nos ponemos en la situación del otro. Porque no nos damos cuenta que esa dependienta que hoy no va tan rápido como de costumbre tiene unas enormes ojeras y el semblante triste. Y quién sabe las frustraciones que acumula aquel empleado público que perdió nuestros papeles. Y puede que el médico hoy haya tenido un día duro y no quiera dar más noticias malas a ningún paciente. Somos unos gruñones porque no perdonamos los errores de los otros, pero sí exigimos que se nos perdones los nuestros. Nos hemos vuelto como ese pitufo que de niños a ninguno nos caía bien.
Foto extraída de wiki pitufos.