Son fallas

Publicado el 13 marzo 2017 por Salva Colecha @salcofa

Estos días por mis latitudes ya empieza a resultar un tanto difícil pensar y conciliar el sueño, a pesar de que el tiempo, de momento, no acompaña lo más mínimo. Puede que tenga algo que ver la eterna fiesta de un “casal” a las puertas de casa con los efectos secundarios que eso conlleva o puede que sea lo de pasarse el día oyendo explosiones del estilo de ensayos nucleares mientras se fusiona el delicioso olor de la pólvora lúdica con los sonidos de los verdaderos héroes de la fiesta, los músicos de las charangas. Humanoides capaces de tocar noche y día las piezas más irreverentes en las que todavía se intentan cambiar las letras homófobas por otras en las que se respete al prójimo  (poco a poco se va consiguiendo peroque queda mucho camino por recorrer) durante casi una semana y llegar al día de San José para transformarse en una especie de banda sinfónica de bolsillo que sería capaz de no desentonar en el Concierto de Año Nuevo, los admiro. No solemos reparar en ellos porque la gran mayoría de las comisiones están entregadas a la fiesta mayúscula (y en muchos casos a la botella de cazalla) pero de verdad que son los músicos, justamente ellos los que forman gran parte del alma de las fallas, los que dan el color inconfundible de la fiesta. Son ellos los que merecen gran parte del premio que las Fallas estrenan este año, el de ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (o por lo menos eso dice la UNESCO).

Estos días por estos andurriales somos capaces de hacer como si no existiera la censura y la mordaza y sacar a la calle aquello que nos atormenta todo el año para reírnos de ello, políticos, reyes, sentencias, robos… todo se presta a ser combustible para la falla. Lo sacamos a la calle en forma de Ninot y lo metemos en un hatillo para hacer un exorcismo que acabará con la inexplicable quema a lo bestia de obras de arte que han tenido ocupados a los artistas de un gremio único en esta parte del Mediterráneo y puede que de todo el globo. Resulta complicado de explicar, alguna vez lo he intentado y jamás he sido lo suficientemente convincente como para hacer ver donde está la gracia de gastar unas cantidades ingentes de talento y de dinero para reducirlo todo a cenizas, al final pones una sonrisa en la cara y recurres al argumento final «es que somos así» y eso puede que lo resuma todo. Quizá me cueste explicarlo porque yo no soy fallero, soy de los que sufren los cortes de calle,  el sueño y las charangas pero también de los que entiende que estos días son distintos, son días en los que aflora el sentimiento de tanta gente puesto durante todo un año de trabajo que culmina esta semana y eso hay que respetarlo.

Dicen que ser fallero es algo que se lleva en el ADN (por lo visto el mío ha de ser de esquimal o beduino, no se yo) y que es algo que hace que nada más recoger las cenizas de la falla todavía humeante ya se esté pensando en el proyecto del otro año. Puede que algo así sea lo que nos hace falta hoy en día en todos los aspectos de la vida, de la política y de la justicia. Vamos escasos de esa fuerza para renacer, esa ilusión por lo efímero, por lo que sabes que va a acabar en cenizas pero no importa porque te sobran fuerzas para levantarlo una y otra vez, cada vez más grande, cada vez más precioso. Puede que eso es lo que nos hayan podado a base de escándalos, desastres y sinsabores. Puede que debamos aprender de la falla.

Ahora que las fallas son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y han pasado a ser de todos los seres humanos, podría proponer algo. ¿Y si nos volvemos todos un poco falleros? ¿Y si el día 19 fuésemos capaces de botar fuego a todo (en sentido figurado, no vayan a pensar que me he vuelto pirómano o arengador de masas y acabe en la cárcel junto con los tuiteros, titiriteros y el resto de víctimas de la Ley Mordaza de un país al que le han extirpado la libertad sin que se haya dado cuenta) Como decía, ¿y si fuésemos capaces de quemar todo en una gran hoguera para volver a empezar de nuevo? Si los valencianos lo hacemos todos los años imagina si todos fuésemos capaces de reducir las penurias a cenizas y empezar de nuevo. El único problema sería ponernos de acuerdo en que ninot indultamos porque a mí por lo menos me resulta difícil decidirme. El que si que se que no indultaría es el que habita en Moncloa.

Bueno, os dejo que resulta tan difícil pensar mientras tiembla el teclado igual que en un terremoto de escala 6,5 y el humo de la pólvora que entra por la ventana casi impide ver la pantalla. Apetece olvidarse de todo y bajar corriendo a zampar unos buñuelos de los de verdad, de los abusones en calabaza, con chocolate, por supuesto (ya habrá tiempo para las dietas) y  ver el sonido aterrador para los forasteros que no comprenden como podemos ser capaces de quemar toneladas de pólvora sin que se nos caigan las casas encima. Si, es inexplicable pero aquí estos días somos capaces de VER el ruido por obra y gracia de los maestros de la pólvora. Os dejo por hoy porque aunque no me considere fallero es imposible estar en casa encerrado, aquí la fiesta, la vida en la calle se contagia estos días. Son las fallas.