La sociedad española está corrompida, por supuesto, pero ha sido corrompida desde arriba, por sus líderes políticos, lo que convierte a la clase política en la gran culpable del drama y en el mayor problema del país, algo que debe ser erradicado si el país quiere resurgir y recuperar su dignidad histórica.
Afirman también que “no todos los políticos son corruptos” y que “condenarlos en bloque es injusto y peligroso”, pero olvidan el argumento sustancial de que todo político que guarda silencio y no denuncia la corrupción, la arbitrariedad y el abuso de poder que le rodea se convierte en cómplice y en culpable, lo que permite generalizar y llamarlos masivamente corruptos. Que sepamos, ningún político ha acudido a los jueces para denunciar a los recaudadores oficiales de su partido o a los comisionistas que cobran por obtener contratos o recalificar terrenos. Todos guardan un silencio cobarde y delictivo que le convierten en miserables cómplices del abuso y del delito.
La participación de los periodistas en el gran engaño de los ciudadanos españoles, a los que el poder miente reiteradamente y sin escrúpulos, es cada día mayor, lo que sitúa a la profesión peridística en la ignominia y el más profundo descrédito.
No sé que es peor si la estupidez y alejamiento de la democracia de nuestros políticos o la incultura y alejamiento de la verdad de nuestros periodistas, sobre todo de aquellos a los que el poder permite que utilicen los espacios destacados en la prensa y los micrófonos en radio y televisión. Ambos, políticos y periodistas, junto con los jueces, integran el trio más culpable e implicado en el actual desastre de España, culpables directos o indirectos de que el país haya sustituido la democracia por una dictadura de partidos y la decencia por un sistema vulgar e injusto de abusos, arbitrariedades y corrupciones.
Yo les pregunto a mis compañeros periodistas ¿Por qué no denuncian la inmoralidad intrínseca que encierra que los políticos esquilmen a los ciudadanos con impuestos insoportables y que desmonten servicios tan vitales como la sanidad y la educación sin antes haber desmontado el sobredimensionado Estado, plagado de miles de instituciones inútiles, creadas sólo para poder burlas los controles al endeudamiento público y para colocar con sueldos del Estado a los familiares y amigos del poder? O ¿Por qué no existe prácticamente diferencia alguna entre los planteamiento corruptos y abusivos del PP y del PSOE, partidos corrompidos hasta la médula y habituados a anteponer sus propios intereses al bien común? O ¿Por qué la ley no es igual para todos? O ¿por qué no les ocurre nada a las decenas de miles de políticos, conocidos y visibles, que se han enriquecido ilícitamente con la política y no pyueden justificar su patrimonio? O ¿por qué nadie denuncia que las subvenciones se le conceden a los amigos y se les niegan a los adversarios o que cientos de oposiciones y concursos públicos han sido trucados y alterados, violando todos los principios y leyes que garantizan la igualdad, la limpieza y la libertad?
El periodismo español se está cargando de ignominia y es ya considerado, con toda razón y justicia, por los ciudadanos como una de las tres profesiones malditas del sistema, junto con los políticos y jueces.
La única salida que tiene el periodismo español en este momento es "rebelarse" abiertamente contra la casta política y los otros poderes dominantes, que les tienen sometidos, y empezar a proclamar las grandes verdades que ocultan. Tienen que empezar a abrazar la verdad y explicar a los ciudadanos que están siendo engañados, que España no es una democracia y que la ética está plenamente ausente de la "cosa pública", lo que convierte a la política española en un estercolero y a los partidos políticos en organizaciones de malhechores merecedoras de disolución y condena, si existiera una Justicia democrática y limpia en este país.