Dirigida por Ernest Schoedsack en solitario esta vez, con Ruth Rose al guion y Max Steiner en la banda sonora, esta acelerada secuela, tanto por su duración como por la rapidez en la que se realizó, es una película inferior a su predecesora, más infantil y desprovista de la grandilocuencia de la aventura protagonizada por su padre. En la parte positiva, retornar a este fantástico emplazamiento permitía poder presenciar nuevos animales prehistóricos —en mucha menor cantidad esta vez— entre los que se encuentran un Styracosaurus (ceratópsido que fue descartado de la película anterior), un oso cavernario y dos reptiles no basados en ningún dinosaurio conocido (uno cuadrúpedo y otro marino, ambas invenciones del propio Marcel Delgado, que quiso aportar fauna no vista hasta entonces).
OCTAVIO LÓPEZ SANJUÁN
Si quieres descubrir más sobre El hijo de Kong, hazte con "Hace un millón de años. Todo el cine de dinosaurios (1914-1987)", publicado por Diábolo Ediciones.