No hay lugares en los que no pueda cobijarse la tristeza. Sigue el temblor en estas manos, y los niños juegan en los parques ignorando los presagios de otra hoja desplomada. Crean música de astillas, que se incrustan en las uñas de sus dedos pardos. Hoy, que ha llegado el té para cubrirlo todo con su aroma de certeza, ya no soy capaz de recordar por qué tus primaveras se arrojaron al fervor del camposanto. No en este viaje de silencio abotonado en la distancia, ni en la brisa que desnuda los jardines. Yo te encuentro agazapado igual que un mirlo, arrullado en celosías de memoria con el cuello del abrigo levantado como un templo del refugio. Esta luz que no hace daño es la forma que las sombras tienen de ignorar nuestras ausencias.
Tras el ventanal se esconde tu figura contemplando a cámara lenta la existencia de los otros. Desde un marco cristalino separando cuerpo y vida, me pregunto si esta mesa recibió otros codos derrotados, si la taza derramó en su superficie otras líquidas plegarias y en lo vano del instante confluyeron otras ruinas. La madre advierte al hijo porque corre sin demora hacia el último soplido de la tarde, ante un manto que se impone sobre las fachadas, la madre advierte al hijo, el padre solo es aire. Este anhelo invoca al limbo algunos nombres, su dolor se escurre por el esqueleto carcomido de los árboles, y el mensaje muere hastiado en el trino primerizo de la noche.Yo, que grito sin pudor por dentro, no sé obligar a estos labios agrietados a cantarte letanías, ni a mostrarle a tus mejillas cómo tantos besos ulcerados se naufragan. He de confesar que del adiós solo entiendo las murallas que levanta. El porqué de este destierro lo conocen las fronteras y la rabia, un dolor atroz de estatuas. Sin embargo, algo se mueve, y es la vida repicando en cielo hueco, y la chica allí sirviendo con los sueños a la espalda el café de los dormidos, o el florista echando el cierre a sus vergeles, sin saber que es la metáfora perfecta a nuestros miedos. Entre lo usual, esta dolencia del fracaso fluye sobre el gen cotidiano del desastre. Pero tú sigues siendo el soplo, la voz que tiende los caminos, aunque esquiven los caminos estas botas desgastadas que con gusto y tenor agradecido yacerían al pie del nido donde habitas.
Y no hay lugares en los que no pueda cobijarse la tristeza. He agotado mi último suspiro imponiéndole a este día los caprichos de un piano. Lo que queda entre el recuerdo y la prosaica lejanía solo pertenece a los misterios del quebranto. El vacío no contempla más perdón que en el olvido, la letal expiación de lo otorgado, en sacrificio a las orillas de la nada. Caminan los fantasmas por la calle, por aceras vagan sus dulces planes de ambrosía, y yo cazo en los posos ya resecos tus últimas palabras, dignas de estrépito y escarcha. Pero quédate, quédate con el tango aliviador de tu presencia bendecida, para siempre quédate, que no molesto, que antes que el invierno desenvaine su zarpazo, no se acuerde más de ti mi hígado que mi torpe corazón, helado en la derrota. © David de Dorian, 2014(Ilustración: Alessandro Gottardo)