El actual impacto y sensación que causa la serie Spartacus tiene importantes precedentes. El profesor Jorge Carrión, de la Universitat Pompeu Fabra, defiende la teoría de que se trata de una propuesta que recoge el legado de la aclamada Roma (producida por HBO y BBC entre 2005 y 2007) para llevar su desarrollo más al límite, influida también por la estética y crudeza de 300 (Zack Snyder, 2007).
Carrión define la apuesta de Spartacus como un "giro manierista". Es decir, basándose en unos elementos y propuestas previas, realiza una vuelta de tuerca más para ser más explícita en la expresión gráfica de la violencia y la sexualidad. Estando de acuerdo con la aseveración, creo que se podría ampliar esta relación causal remontándonos algo más en el tiempo.
La fascinación que siento por el género histórico, ubicado en cualquier época, ha suscitado en mi continuas reflexiones y su estudio en profundidad es algo que tengo pendiente y que espero algún dia culminar con un ensayo concienzudo a partir del cual se puedan obtener interesantes conclusiones.
Y en base a algunas de estas reflexiones e indagaciones, creo poder aventurarme en la afirmación de que todos estos proyectos audiovisuales, que tratan la época greco-romana de una forma contundente y explícita, beben de una misma fuente que en su momento rompió todos los esquemas establecidos por el drama histórico clásico de Hollywood.
La fuente a la que me refiero no es otra que Yo Claudio, una serie inmortal de 13 episodios producida con la distinción que siempre ha caracterizado a la BBC. Adaptando las laureadas novelas Yo Claudio y Claudio el Dios, escritas por el británico Robert Graves (1895-1985) a mediados de la década de los 30, la división dramática de la BBC, encabezada por Herbert Wise, fue capaz de crear un clásico post-moderno que rebatía el típico acercamiento de las superproducciones anteriores del género. Fijaba una alternativa que consiguió fascinar a la audiencia pese a lo atrevido de la propuesta en una sociedad que, en 1976, estaba muy lejos de llegar a la apertura de miras que caracteriza al espectador actual.
Con Yo Claudio empieza, pues, el modelo de "inversión moral" que define muy bien el profesor Carrión. La fascinación del espectador aumentaba en directa proporción a la vileza de los personajes. Fue el primer proyecto, destinado al gran público, que apostó expresamente por representar la vida de las élites romanas en el ámbito privado. Eso conllevó que se explicitaran con claridad las brutales perversiones que caracterizaron el devenir de los patricios romanos, centrándose específicamente en los numerosos sucesos que sacudieron la vida de la dinastía Julia-Claudia. Una dinastía que es, sin lugar a dudas, la más conocida en la historia de la antigua Roma por la popularidad de sus Césares (Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, y Nerón).
Recogiendo la herencia de su tio abuelo Julio César (100-44 A.C.), y habiendo vencido a Marco Antonio y Cleopatra tras una cruenta Guerra Civil, Octavio César Augusto consiguió lo que su predecesor no tuvo tiempo de lograr: su proclamación como Emperador y el derribo de la República, dando paso a una monarquía encubierta con la dinastía Julia-Claudia como nueva familia real.
Las novelas de Robert Graves desgranaban, paso a paso, las sucesivas conspiraciones, intrigas, y fatídicas muertes que asolaron a la primera familia de Roma durante más de sesenta años. Basándose en las crónicas históricas que denotaban la persistente muerte de los potenciales herederos de Augusto, Graves trazó una teoría, compartida por un gran número de expertos, que hacía referencia a la implicación de la esposa del César, Livia, en todos esos asesinatos con el único objetivo de asegurar el ascenso al trono de su primogénito, Tiberio.
Amparándose en esta apasionante propuesta, el guionista Jack Pulman escribió unos guiones sublimes que un reparto excepcional se encargó de trasladar a la pantalla de una forma inmejorable. La BBC siguió sus patrones de la época y desarrolló una serie rodada únicamente en sets interiores, que nunca incluyó escenas de masas. Pero, incluso vista ahora, con los ojos de un espectador del siglo XXI, la serie no ha perdido ni una gota de su poder hipnótico. Y eso ocurre porque la fuerza de la misma reside en la calidad de sus guiones e interpretaciones, y eso decanta la balanza totalmente a su favor.
Y de todas esas inmensas interpretaciones, hay que destacar obviamente la de su protagonista. El shakespeariano Derek Jacobi presentó sus credenciales ante el gran público y convirtió su interpretación de Claudio en una de las mejores de la historia. Aquejado por varias lesiones de nacimiento que le convirtieron en el blanco de las burlas de gran parte de su familia, Claudio demostró ser el más inteligente de todos ellos. A su inmenso trabajo intelectual, añadió una gran perspicacia que le permitió aprovechar sus defectos físicos y en el habla para evitar ser asesinado como lo fueron los demás aspirantes al trono de Augusto. Curiosamente, siendo un republicano convencido, fue proclamado Emperador por la Guardia Pretoriana tras el asesinato de Calígula. Y la verdad es que su reinado fue uno de los más prósperos y estables de la historia de Roma.
Derek Jacobi tuvo ante sí el enorme reto de interpretar al personaje durante la mayor parte de su vida, siendo el narrador de un apasionante viaje por la historia que empieza bastante antes de su nacimiento, con Augusto en la plenitud de su mandato, y termina con la muerte a manos de su última esposa, Agripinila, y su perverso hijo, Nerón. Una muerte que tendremos ocasión de comprobar que es buscada y controlada por el mismo Claudio.
Y cómo olvidar también las interpretaciones de Brian Blessed como Augusto, John Hurt en el papel de Calígula (interpretación absolutamente icónica), Patrick Stewart como Lucio Elio Sejano, y, por supuesto, Siân Phillips dando vida a la perversa Livia, una mujer poderosa y con influencias para hacer todo lo que sea necesario con tal de convertir a Tiberio en Emperador.
Además, la serie contó con un tema musical excelso, que se convirtió en la imagen que más se mantiene en la memoria colectiva del espectador. Con solo escuchar los primeros compases, ya conectas inmediatamente con los poderosos recuerdos que anidan en tu subconsciente.
En definitiva, la tradición británica en los proyectos situados en la época greco-romana halló una de sus cimas en esta magnífica y revolucionaria serie, cuyos ecos nos llegan hoy en dia gracias a propuestas como Roma o Spartacus.