1. Viajaba en un avión como única pasajera. Las nubes tapizaban el cielo dibujando con precisión sus contornos. Me llamó especialmente la atención una cuya forma me sugirió una cabra. Observé estupefacta que el cristal de la ventanilla estaba roto, sin que ello pareciese afectar al vuelo. Daba la impresión de que el avión estaba detenido, como flotando en un mar de nubes. Aunque era una situación extraña me sentí tranquila y aproveché el hueco de la ventana para sacar el brazo y acariciar las nubes. Creí tocar la cabeza de la cabra y pude incluso notar su calor en las yemas de mis dedos...
2. Me acerqué cuanto pude a la ventanilla y entre el cúmulo de nubes pude distinguir algo parecido a un globo aerostático. Su envoltura no era la habitual, de material sintético y colores vistosos, sino una nube muy blanca enganchada mediante cuerdas a la barquilla de cristal transparente, cuyo interior estaba vacío. Se desplazaba hacia el avión que daba la impresión de seguir parado. Se aproximó tanto que casi rozó el fuselaje, lo que me permitió acceder a la barquilla con facilidad desde el hueco de la ventana.