Mientras esperaba, atento con un ojo a la partitura y con el otro al gesto del director, el momento preciso en que debía hacer sonar su cono metálico con un golpe seco y decidido, el percusionista vio volar sobre la sala de conciertos un pájaro burlón que a punto estuvo de distraerlo, fatalmente, con una inesperada, leve y rizada sugerencia erótica. Pudo, sin embargo y sin ñampearse, entrar a tiempo, y su cono, heredero del triángulo que había aprendido a tañer en su infancia, sonó risueño, sin ñoñerías, puntual e insolente, como un puñalito clavado en la espalda del inocente lector.
Fotografía tomada de aquí