Abrió el mail extrañada. De él no lo
esperaba, y menos tras la fuerte discusión, que fue más bien
batalla sin descanso. Casi no daba crédito al mensaje:
Imagínate, amiga, una acera construida
con las huellas de nuestro caminar acompasado y cosidas a la piel de
este planeta con cemento de labios y humedales.
Imagínate, amiga, un jardín cuyas
plantas hayan sido en otra hora caricias derramadas como granos de
luz, incienso y luna para evitar la soledad y el miedo.
Imagínate, amiga, que en la fuente no
cante el agua, sino una mirada lenta, interminable que derrumbe la
sed, no de las bocas, sino de las retinas pedregosas.
¿Ya imaginas, amiga, qué te digo,
cuando afirmo vivir en un desierto sin rumbo y sin cobijo?
Y si no te imaginas te lo explico: Un
camino en mitad de los desiertos, sin sombras, sin refugios y sin
fuente para mirar al mundo através de tu cintura, con retinas de
carne y no de piedra.
Conservaba la llave de su casa como
quien guarda un sueño. Salió a todo correr. No cruzó la ciudad,
voló sobre ella. Intuyó que quizá aún no era tarde. Su mail sólo
tenía una respuesta: abrazarse a su pecho hasta fundirse en él,
como un animalillo que encuentra su refugio.
No dejó de increparse en el trayecto
por no haber descubierto aquellas cosas, a pesar de los años
transcurridos.
Pero al abrir la puerta, sólo encontró
sus ojos como piedras, y una sonrisa extraña, de desierto.
Texto: Amando Carabias