Sonrisas que ni la muerte trunca (Reseña de 'La sonrisa etrusca' .- José Luis Sampedro)

Publicado el 29 diciembre 2012 por Jdmora
Rocío Núñez (@potablava13)
Volvimos a sobrevivir a otro fin del mundo, pero no nos libramos de las listas, ya sea por el aviso de los mayas o porque simplemente estamos en diciembre y caemos en los tópicos de cada año. Una tuitera, Nebulina, preguntó qué libro nos gustaría leer antes del fin del mundo. Mi respuesta a su pregunta fue: “Volvería a releer 'La sonrisa etrusca' para llorar mucho”. Creo que no hay libro en el mundo al que le tenga más cariño que a esta obra maestra de José Luis Sampedro

'La sonrisa etrusca'
Autor: José Luis Sampedro
Editorial: Alfaguara

Mi madre tiene la manía de cambiar las cosas de sitio cada dos por tres, también de organizar armarios, le chifla, y yo encantada, claro. Un día de un armario apareció La sonrisa etrusca con dos dedos de polvo. Me guardé el libro y mi madre sonrió mientras negaba con la cabeza. Supongo que pensó que no tengo remedio, pues todo lo legible que cae en mis manos, lo leo. No hay vuelta de hoja. 
El viejo cascarrabias Salvatore Roncone no tardó en robarme el corazón. El señor Roncone representa el mundo puro y silvestre que no está contaminado ni por gases ni por más maldad que la de la supervivencia. Es un corazón limpio y luchador que ha sabido (sobre)vivir con una dignidad admirable. Este mundo acaba por enfrentarse al de la ciudad de coches, de gente con prisas y sin nombre y de lo material. Pero ahí está, siempre presente para rescatarnos, para aferrarnos a él cuando nos arrancan, incluso, nuestras raíces: el amor. El amor de verdad, el que se siente cuando una Hortensia se cruza en tu camino en el momento más inesperado (y necesario) o el de un nieto que es capaz de darte vida hasta cuando un cáncer te la roba. 
Dar a sabiendas de que no vas a recibir nada, es más, siendo plenamente consciente de que vas a perder la batalla y la guerra, eso es el amor. Quizá la vida consista precisamente en eso, en perder. Perdemos objetos, recuerdos, lugares y personas continuamente. Es tan habitual que apenas nos damos cuenta. Perder, ese verbo que tanto miedo nos da, que tantas angustias nos produce y que a su vez tanto nos regala. Sí, perder también es ganar, aunque se empeñen en enseñarnos la lección contraria. Perder es crecer, es encararse a la vida, y también a la muerte, con la dignidad que se obtiene al haber aprendido esta asignatura justo a tiempo. Nunca es demasiado tarde para volver a nacer, tampoco para amar como un viejo moribundo o como un niño que aún no se ha enfrentado a la crueldad que la vida esconde en sus rincones.