No hagáis caso alguno al firmante de estas líneas. Os dirá que el verano ha estado algo movido a nivel familiar, que la realidad política está tan apasionante que eclipsa a cualquier ficción, con gente amenazando con bombardear, con torturar, con arrancar los ojos, con enviar tanques cañoneando a diestro y siniestro. Que el tema del cuento de Jesús está intentando reconducirlo, llevarlo por callejas de humedad y misterio y de gente que cierra puertas cuando oye pasos, de hacerlo atravesar pasajes lúgubres y tuberías goteantes para hacer que llegue a algún puerto con cierto sentido de la lógica, y del decoro. Pero el firmante ya no tiene credibilidad para soltar semejante patraña, ya no vamos a tragarnos esa cortina de humo, de falso humo generado por esas máquinas que se ponen en un rincón en los escenarios para tocar rock sinfónico o esperar que aparezca algún vampiro. El firmante lanzó una idea e, inseguro y dubitativo, pero ése es su problema, del firmante, digo, es el problema, pues la idea, también, digo, del firmante, quedó ahí, como quedan otras muchas cosas, y alguien la tomó del suelo, o de la repisa, o de un banco en medio de la calle, e hizo de ella lo que el firmante, ese cabrón, debería haber hecho si fuera como tiene que ser, si tuviera palabra más firme y más seria que las que escribe día a día, aquí, sin que nadie se lo pida.
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