Tratando de hallarle referentes artísticos al caso, lo primero que viene a la mente no es la icónica obra de Arthur Miller, Las brujas de Salem —excelente metáfora de la histeria vivida entonces—, sino la frase con que Carlos Marx arranca El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa”.
Quiero decir, si a la politiquería endémica de esa ciudad, se le suman los modos esperpénticos y la neurastenia mediática que exhiben algunos de sus más señalados protagonistas, tenemos que — ¡vaya albures de un apellido! — el caso también nos recuerda determinada obra del otro Marx: o sea, a Groucho y su película Sopa de ganso.
Desde luego, ya sabemos que este cocuyo no será de los que, en zafarrancho de combate, desembarque alguna vez por el oriente cubano, camino de la Sierra Maestra. Como epígono del Rufus Firefly marxiano, en todo caso se limitará a gritar: ¡Qué vamos a cavar trincheras! ¡Las queremos prefabricadas!
Es patético, pero también hace daño. Abanderado de la difamación y el cotilleo, la emprende contra músicos cubanos —residentes en Estados Unidos— que no manifiesten actitudes hostiles contra la Revolución cubana. Así, por ejemplo, ha sucedido recientemente con Descemer Bueno y los integrantes del dúo Gente de Zona, contra los cuales se promovió una recogida de firmas con el objetivo de expulsarlos del país. Otra víctima de ese fanguero fue la cantante Haila María Mompié, a quien se le canceló su concierto programado en Miami, tras la grosera campaña de descrédito a que fue sometida.
Emprenderla contra artistas famosos es una forma de propaganda muy efectiva y, sobre todo, barata. No es algo nuevo. Recordemos que la campaña liderada por el senador McCarthy particularmente se cebó con el mundillo artístico. Grandes figuras como Bertolt Brecht y Charles Chaplin debieron escapar a Europa. Otros como el guionista Dalton Trumbo y el director de cine Edward Dmytryk fueron largamente censurados. Mediante la difamación, la sospecha y la acusación infundada se destruyó las carreras de muchas personas. Asimismo, con tal práctica se procura que al concierto de delaciones e ignominias se sumen más voces mediáticas o simplemente “ladrones de cámara”, tal como en su momento hicieron los actores John Wayne y Ronald Reagan, entre otros.
El mensaje que se le transmite al público es fácil de decodificar. De manera clara se está diciendo: si esto hacemos con los famosos, con aquellos que usted considera dioses terrenales y supuestamente intocables, que no pudiéramos hacer contigo.
Es obvio que los hilos del tal Otaola son manejados por gente poderosa. De hecho, este sujeto resulta anticipado vocero de las medidas de recrudecimiento del bloqueo que metódicamente el gobierno estadounidense aplica contra la Isla en su afán de rendirla por hambre. Parece obvio también que su verdadera función es contribuir a que la comunidad cubana en los Estados Unidos calle, o sea cómplice, de lo que daña y provoca sufrimientos a los de su propia sangre. Si no estás conmigo, entonces estás en mi contra, así que atente a las consecuencias, parece ser el eslogan del ventrílocuo a través de Otaola.
Mucho ayuda el contexto donde la actual administración promueve una dura política antinmigrantes. Entre la comunidad cubana de Miami se ufanan de que sus votos pesan mucho en la política nacional. A veces da la impresión de que se sienten herederos de los padres fundadores de la nación. Sin embargo, Trump mediante, ahora parecen comprender que tan solo son gente prestada en esas tierras.
Por ejemplo, tres o cuatro años atrás las redes bullían de indignación por los cubanos emigrantes retenidos en Panamá y Costa Rica. Todos hablaban de eso. La narrativa del momento los mostraba como héroes escapados del infierno. El “mundo libre” los reclamaba con “amor”. De acuerdo con lo que vimos entonces: recaudaciones, crowdfundings, comités pro esto y lo otro, etc.; ahora deberíamos ver gigantescas manifestaciones en las calles de Miami. Pero no es así.
Porque de pronto no son uno ni dos, sino casi cuarenta mil los cubanos que han recibido carta final de deportación de los Estados Unidos. ¡Horrible que se trate así a los héroes escapados del infierno, ¿no?! ¿Y cuál es la narrativa para esos casos? Bueno, que se trata de unos vándalos “marielitos” que el gobierno cubano no quiere recibir.
Ya sabemos: Cuba siempre será la culpable. También sabemos que los llamados “marielitos” se han convertido en tópico de “badman”, el “coco” de la emigración cubana; pero resulta que ahora esa narrativa es fácilmente desmontable. Según el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, la cifra inicial de “marielitos” señalados a deportar en su momento ascendía a 2 746; de ellos, permanecen en Estados Unidos solamente 478.
En días recientes fueron deportados 120 cubanos a la Isla. Uno solo de estos tenía antecedentes criminales por secuestro a mano armada y tráfico de drogas; 39 no cumplieron la orden de presentarse a las autoridades y anteriormente evadieron la deportación, mientras que el resto aprobó las llamadas “entrevistas de temor creíble” pero resulta no estaban representados por abogados.
O sea, no había ni un abogadito solidario en Miami que los representara. ¿No pudo hacerse una colecta para evitar que estos compatriotas fueran regresados al “infierno”? La moraleja es obvia. Groucho Marx les diría a quienes manejan la trama política en Miami: “Disculpen si les llamo caballeros, pero todavía no les conozco bien”.
Por la pantalla de mi monitor, Facebook mediante, puedo ver los efectos del temor que se instala. En el “país de la libre expresión” noto que cada vez cuesta más trabajo expresarse si eres cubano. Antes de emitir la menor crítica a la política local, muchos suelen hacer una larga aclaratoria, en la que se definen anticomunista, y contra el castrismo y la dictadura. Una suerte de mea culpa para exorcizar demonios y evitar malentendidos.
Eso no pasa, o al menos no es fenómeno notable, en grupos de emigrados cubanos residentes en otras naciones; pero creo que ya los tienen en remojo. Ahora no ocurre una manifestación o protesta en el resto del mundo, sin que no se culpe a los cubanos del caso. Según hemos visto en Chile y Ecuador, esto pone en riesgo de encarcelamiento y deportación a cualquier simple cubano que aparezca por casualidad en el momento y lugar equivocado. Nada, que visto el caso y comprobado el hecho, tanto Groucho Marx como el senador McCarthy estarían sonriendo en sus tumbas.
La Jiribilla