Sor María Jesús de Ágreda, la monja que estaba en dos lugares a la vez

Por Carolus @n_maquiavelo

El polémico film "La Pasión de Cristo", dirigido por Mel Gibson, se ha basado en gran parte en la obra de Sor María de Ágreda, una escritora mística del siglo XVII cuya obra más famosa, "Mística Ciudad de Dios", dedica un amplio pasaje a las últimas horas de Jesús. 


La religiosa española, además, mantuvo durante más de veinte años una relación epistolar con Felipe IV, a quien daba asesoramiento espiritual.


Sor María Jesús de Ágreda y Felipe IV

Dentro de ese contradictorio y convulso mundo que fue la España de Felipe IV (1621-1665), en el que se entremezclaban los artistas de más glorioso renombre, como Velázquez o Zurbarán, con individuos de la más baja estofa, y en el que la religión y la guerra presidían toda tertulia, reunión o simple conversación, encontramos personajes que, aunque no destacaron en las letras o las artes, nos ayudan a conocer ese momento histórico porque sus trayectorias son fiel reflejo de la sociedad en que vivieron. Tal es el caso de María de Ágreda.

El hábito hizo a la monja 

Sor María Jesús de Ágreda predicando
en Nuevo México sin salir del convento

Hija de Francisco Coronel y Catalina de Arana, María nació en 1602 en la soriana villa de Ágreda. Su madre, mujer muy devota, había dado a luz a once hijos, de los que solo cuatro sobrevivieron. Esto reforzó su piedad hasta el límite de haber iniciado, cuando María era una niña, una serie de experiencias místicas que culminaron en el encargo divino de abandonar la vida seglar, junto a toda su familia, y consagrar su propia casa a la devoción. Convenció a su marido e hijos de que tomaran el hábito franciscano, mientras que ella y sus dos hijas decidieron profesar en el convento de la Concepción que habían erigido en su casa. En febrero de 1620 María Coronel pronunció los sagrados votos y se convirtió en sor María de Jesús. Desde entonces y hasta su muerte no conoció otro espacio que el delimitado por la clausura de su hogar. No obstante, no debemos imaginar a las religiosas de aquella época aisladas completamente en sus celdas. Además de que, en muchas ocasiones, la clausura era vulnerada por devotos y personas de confianza de la comunidad, algunas monjas mantenían una fluida correspondencia con el exterior, lo que les proporcionaba un conocimiento del mundo mucho mayor de lo que a primera vista pudiera parecer. Pero, al margen de este factor, una serie de elementos peculiares marcó desde muy pronto el nuevo cenobio de María de Ágreda.
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