Me encanta el trabajo de periodista, porque como a los marinos, como a los mercaderes de antaño, como a los cascos azules, como a los repartidores de periódicos curiosos, nos permite entrar en contacto con montones de vidas diferentes, con escenarios emocionantes que usualmente no suelen llegar a la orilla de un trabajo de oficina. Acercarme a la Oficina Leo Brouwer, y hacer la consiguiente tarea de entender un poco la figura de Leo Brouwer, valorar al menos preliminarmente su trabajo, me llevó a descubrir Paisaje cubano con la lluvia, una maravillosa pieza para 4 guitarras compuesta por Brouwer, que en esta versión de la Orquesta de Guitarras de Barcelona que encontré navegando en Youtube él mismo dirige.
Confieso que no sé qué disfruté más; si la caricia minimalista de la composición -en la que efectivamente uno advierte la cadencia del agua caer, desigual, desbordante, sobre cosas vivas e inanimadas, y, ¡maravilla!, sobre Cuba-, o el espectáculo visual que supone observar al compositor conducir la orquesta, ver como sus brazos y manos se retuercen y expanden, se contraen y suavizan, ver como su cuerpo convoca la calma y el aguacero, el trueno y arroyo al costado del camino, ver la humanidad de Leo Brouwer convertida en ese otro instrumento del que tantas veces oimos hablar pero que en pocas ocasiones sentimos como tal en un concierto.
Maravillas de la música. Esa noche que parecía impoluta, sin luna ni nubes,–Brouwer mediante– también vi llover, aunque tampoco estabas tú.