La luz natural aumenta la producción de vitamina D en nuestro cuerpo. Nuestro organismo se defiende de los rayos solares aumentando la producción de melanina, un pigmento que se encuentra en las células de la epidermis. Recordemos que oscurecemos como protección. El moreno se evapora a medida que estas células ascienden y se desprenden. En poco tiempo perdemos ese bonito tono que tanto nos ha costado. La piel se vuelve seca y tirante. Existen diferentes tipos de rayos solaresque atraviesan la capa de ozono. Los rayos UVA llegan a la dermis e hipodermis y son los causantes de las quemaduras.Los UVB sólo alcanzan hasta la epidermis y son los responsables del bronceado. Estos últimos además sus efectos son acumulativos y los responsables del melanoma y otros tipo de cáncer de piel. Por último están la Luz Visible y el Infrarojo que penetran hasta el tejido subcutáneo.
Tendemos a pensar que estar más tiempo, o en las horas centrales, cuando hace más calor, cogeremos color antes. Un gran error. En realidad estamos quemando nuestro capital solar. La exposición no debe ser muy larga, ni traumática. Aquello de “me estoy pelando”, debe pasar a la historia, ni es hermoso, ni es sano. Y tiene terribles consecuencias.
Es importante incluir el uso de fotoprotectores en nuestra rutina diaria de belleza, incluso en invierno, ya que los UV traspasan ropa, ventanas, atraviesan nubes y son reflejados por la arena, agua, nieve...
La importancia de un buen uso del fotoprotector, es equivalente a la calidad del producto.Para que el funcionamiento sea correcto debemos seguir ciertas pautas de conducta. Aplicaremos el fotoprotector media hora antes de la exposición al sol y lo seguiremos aplicando de forma periódica. Un producto antiguo o caducado pierde los valores fundamentales, no protege. Ese bote que cargamos en la bolsa de la playa hay que desecharlo cuando termina la temporada. Así, además, el año siguiente podemos cambiar el producto adecuando a las nuevas necesidades que puedan surgir en el momento.