Tras esa despedida (que debe ser un "hasta septiembre"), se abre camino un verano que para casi todos es sinónimo de descanso y acopio de fuerzas, mientras que para otros, los profesores sustitutos, el periodo estival se convierte en algo parecido a un extenso desierto que, para colmo, no sabes si acabará en el oasis que representa la posibilidad de volver a desarrollar aquello que más te gusta hacer una vez llegue septiembre. Y es que para mí, con el verano, se abren incertidumbres, decenas de días con los Colegios cerrados a los que no puedes ni siquiera enviar tus credenciales, ni ofrecer tu entusiasmo y tus ilusiones; semanas desérticas en lo emocional, en las que debes librar una incandescente batalla contigo mismo para no desistir, tratando de bucear en ideas que te aporten esperanzas de cara al nuevo curso. En definitiva, miles de horas en las que rebobinar recuerdos e hilar nuevos proyectos con los que sostenerte mientras va pasando el estío.
Hoy, en mi despedida, mi enésima despedida, tenía presente lo que iba a ser mi verano mientras deseaba felices vacaciones a aquellos que, en el último mes y medio, han sido mis compañeros. Y lo he hecho tratando de sentirlos como compañeros míos de toda la vida y a los que volveré a ver pronto. Hoy, he tratado de olvidar que también me despedí de compañeros de otros muchos Colegios deseándoles felices vacaciones en Navidad, Semana Santa o verano y con los que después no he vuelto, desafortunadamente, a compartir clases. Ser profesor sustituto, o errante según se mire, te exige llegar a ser un experto en aquello que, seguramente, se le da mal a la inmensa mayoría de las personas: subirse a un autobús en marcha (que es el ritmo de tu grupo-clase) y ponerte a su velocidad de crucero sin que el autobús frene (a veces incluso acelera) y sin que se note que hace unos segundos estabas sentado en la parada; adaptarte (y en ocasiones desencriptar) el trabajo que venía haciendo otro compañero usando su particular librillo, que además sigue llevando su nombre y no el tuyo; establecer vínculos emocionales con los que te rodean -alumnado, familias, compañeros, personal de administración y servicios- queriendo sentirte uno más de ellos; identificarte con el ideario de la comunidad educativa a la que de repente perteneces, hacer tuyos sus valores y su idiosincrasia no simplemente como un acto mimético, sino con el afán de incorporarlo a tu crecimiento personal y profesional...Cuando eres profesor sustituto eres un profesor atípico, te vuelves alérgico a las vacaciones. Tu cuerpo segrega histaminas cada vez que se aproximan los periodos vacacionales y más si son estivales, por su mayor duración e inactividad docente. Y es que en verano son las playas y las piscinas, en lugar de las aulas, las que están abarrotadas de jóvenes. Por decirlo de una manera gráfica, son ahora los socorristas los que cogen el testigo, aquellos que por su profesión, flotador en mano, alcanzo a entender serán alérgicos a los largos inviernos.
Precisamente ayer tuve la fortuna, mientras participaba en un curso magistralmente impartido por
Juan Manuel Alarcón Fernández, de darme cuenta que el profesor y el socorristason más parecidos que antagónicos. El profesor Alarcón hizo una estupenda analogía entre estas dos profesiones que, en no pocas ocasiones, suelen despertar ciertas envidias por sus supuestos privilegios laborales. Es fácil tener la tentación de pensar, ¡socorrista, qué buen trabajo!. Todo el día en bañador al solecito, roneando con tus gafas de sol, trabajando al aire libre, rodeado de gente guapa y que a veces te hacen sentir centro de sus miradas, ganando un buen sueldecito... Sin embargo, el socorrista -como el docente vocacional- no es aquel que se enorgullece de su profesión simplemente por las envidias que despierta su trabajo supuestamente cómodo y privilegiado, sino que, por el contrario, se siente atraído por la idea de salvar vidas cuando ello sea preciso, de rescatar a personas que tienen el agua al cuello, por tener la oportunidad de mojarse para evitar que alguien arruine su vida por una imprudencia o por negligencia. Análogamente, el docente -como el socorrista vocacional- no es aquel que va a su puesto de trabajo con la idea de no encontrarse problemas y sentarse cómodamente en su silla mientras simplemente transcurren las horas de la jornada de la forma más liviana posible. Todo lo contrario, la vocación de unos y de otros les obliga a estar vigilantes de aquellos que se adentran inconscientemente en aguas revueltas, dispuestos a mojarse y dejarse el aliento para que ninguno de los que están bajo su responsabilidad cercenen sus vidas y sus proyectos futuros.Es por ello, por lo que siento la necesidad de que en este verano me surjan oportunidades para volver a coger mi flotador en forma de carpeta y salir al rescate de jóvenes con el agua al cuello de cara al nuevo curso escolar.