Leemos en Beckmesser.com que Plácido Domingo baraja asumir próximamente nuevos papeles baritonales de Verdi, incluyendo Nabucco y Renato. Por lo visto han pesado más en su ánimo las ganancias y la publicidad que los litros de sudor y saliva vertidos durante el descalabro del pasado Rigoletto. Esto parece confirmar (Gonzalo Alonso tiene línea directa con el divo) recientes rumores vertidos en Parterre.com que hablaban de una ópera de protagonista epónimo, lo cual extendía la amenaza a papeles como MacBeth y Falstaff (aunque todo se andará).
Plácido Domingo, qué duda cabe, es el último tenor en activo que se puede considerar ligado a los grandes representantes de la cuerda y uno de los pocos intérpretes actuales a los que rodea un aura de verdadero carisma. Lo que se dice un divo. Con todas las distancias que existen, alguien que hubiera escuchado a Beniamino Gigli hace sesenta años sólo podría escoger a Domingo, entre todos los tenores que hoy se exhiben sobre un escenario, para explicarnos (más o menos) en qué consistía ser un Primo Tenore. Este hecho, unido al razonable estado de forma que milagrosamente conserva, como ya se ha comentado por aquí, permite que cualquier iniciativa que tome sea recibida inmediatamente con atención por parte de los teatros. Y, por supuesto, de los medios de comunicación.
No conformándose con Siegmund, cuyo mérito no se discute aquí, llevaba unos años incorporando una serie de papeles de cómoda tesitura que usaba como vehículo para seguir en el ajo pero que en el fondo sólo le permitían tener protagonismo por ser quien es, dado que el lucimiento de los mismos es proporcional a su exigencia. Entonces debió ocurrírsele que los de barítono verdiano son papeles principales y además no tienen esas incómodas notas por encima de la quinta línea del pentagrama que tantos quebraderos de cabeza le han dado siempre. Incumpliendo su propia palabra ("Sólo me interesa Bocanegra") la nueva aventura parece prolongarse con el único objetivo de seguir batiendo marcas. Además de la fraudulenta cuestión tímbrica sobre la que podemos imaginar lo que diría Verdi - un tenor corto no puede camuflarse como barítono ni con trucos de la peor estofa - Domingo no aporta nada a unos papeles que se limita a "suonare" sin entrar en los detalles expresivos y dinámicos, ni caracterizar a través del acento, ni hacer otra cosa que seguir aplicando una falsilla expresiva que lo mismo le sirve para una ranchera, un poema de Juan Pablo II o tantas decenas de sus papeles con independencia de género, personaje y estilo. Simplemente es Domingo haciendo de Domingo para quien quiera escuchar precisamente esto - antes que la música de Verdi. Lo grave no es sólo que se aclamen unos resultados artísticos que no pasan de mediocres (lo cual ya nos dice algo sobre la situación actual del canto), sino que a la larga esto contribuirá al ya avanzado desplome de los patrones canoros y musicales. El mal ejemplo en el canto, como en la vida, es un pérfido gusanito que corrompe inadvertidamente y cuyos efectos se ponen de manifiesto una vez nos corresponde pasar a la acción. Domingo, él mismo una víctima del mal ejemplo distefaniano en sus carencias técnicas, es en sí un mal ejemplo sólo por conservar su voz tras más de sesenta años de carrera plagados de decisiones arriesgadísimas: nadie más puede contar con tener su excepcional resistencia física. En esto no podemos culparlo del todo, pero sí por estar prolongando indecentemente la peor lección de "Los tres tenores": lo que cuenta es la imagen y cómo se vende. Asegurada ésta, nadie va a fijarse en el estado vocal de quien canta o en los rasgos que han caracterizado al verdadero canto de escuela. El ejemplo que está dando un tenor que se mantiene en activo durante décadas con transportes inauditos de sus papeles, ocultando su declive tras la cortina del carisma personal y publicitario y ahora asumiendo papeles de barítono que memoriza para apenas solfearlos, no sólo contribuirá a derrumbar el nivel de exigencia del público - que se conforma con escuchar a Domingo haciendo lo que sea - sino que animará a otra generación de cantantes a lanzarse a hacer carrera apenas reúnan una pocas cualidades vocales y den el tipo físico de lo que se espera que hoy sea un divo. Cantar ópera es una cosa mucho más compleja que la perpetua interpretación de sí mismo que lleva explotando Domingo durante las últimas décadas. Si puede seguir triunfando con lo que ha ofrecido como Boccanegra, lo que se transmite es precisamente lo contrario. Sólo hay que fabricar un nuevo producto que cumpla con unos requisitos mínimos - una voz reconocible, una personalidad simpática, un aspecto atractivo - para que el negocio de teatros y discográficas siga funcionando. Poco tendrá un aspirante a tenor que preocuparse de la verdadera técnica, el canto de escuela, el trabajo de la palabra cantada, la adecuación estilística, ¡la adecuación vocal!, si el mercado consume insaciablemente los productos de quien se limita a hacer de sí mismo. Domingo, naturalmente, tiene unos antecedentes artísticos genuinos (aunque está consiguiendo enterrarlos) pero esto se está sustituyendo ya mismo con publicidad: de repente se tiene una estrella. Fugaz, la mayor parte de las veces.
Que la maquinaria de la Ópera puede seguir en marcha con estos materiales hace pensar hasta qué punto ya se han deteriorado los criterios artísticos y hasta qué punto éstos han sido desplazado por parámetros económicos: teatros llenos y venta de discos.
Engañado o dejándose engañar, poca reacción se espera de un público que al menos podrá contar que vio en vivo a un mito del S. XX, aunque fuera haciendo bolos. Mientras tanto, parte de la crítica ya empieza a manifestar los síntomas del hundimiento de los estándares descrito: en algunos blogs mantenidos por críticos profesionales de este país se ha llegado a leer que "no se recuerda mejor Bocanegra que el cantado por Domingo en el Teatro Real". La cosa pinta negra si incluso se pierde la capacidad de valorar los documentos que gritan todo lo contrario.Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.