Son momentos difíciles, en los que las asesoras muchas veces ejercemos un papel de sostenedoras. Escuchamos lo que preocupa a las madre en relación con sus bebés, les ofrecemos a otras madres que son un espejo en el que reflejarse, validamos sus dudas e intentamos explicar los por qués de la lactancia de una manera clara, que no solo ofrezca herramientas a la madre en su día a día, sino que también la ayuden a lidiar con las críticas claras o encubiertas a su manera de hacer las cosas.
Pero esa necesidad de ser sostenido va mucho más allá del grupo de lactancia y, de hecho, comienza en casa. Los padres son los principales pilares de apoyo de la madre, pero también la amiga que te da un abrazo sin pedirlo, que te trae un puchero a casa y ganas de compartirlo, la hermana que aunque no pueda estar todos los días piensa en tí y te lo hace saber, la vecina que se lleva al hermano mayor a jugar con su hijo para que puedas tener un rato a solas con tu bebé.
Yo, que en muchos momentos he sido sostén de madres, veo ahora más que nunca la necesidad de ser sostenida. Estoy inmersa en un puerperio sin bebé. De momento, ando con subidón hormonal posparto y me siento fuerte y poderosa. Sin embargo, sé que esto ha de pasar y precisamente en los momentos en los que te sientes más sostenida es cuando la parte vulnerable de esta maternidad sale más a la luz: la ausencia de bebé.
Hoy he estado en una sesión de formación en reflexología podal. Hablando de lactancia materna, pero también como "conejillo de indias", prestando mis pies para la explicación de las técnicas. Y he vivido un momento intenso de relajación y también de conexión con mi bebé. Intentando racionalizarlo más allá de la experiencia que se vive y ya está, me he dado cuenta que el hecho estar en un entorno sostenedor, empático, de cuidado no solo físico sino también emocional, es lo que me ha permitido ir más allá, dejarme llevar más allá de lo inmediato y conectar más con la parte emocional y primitiva, bajar corazas y barreras y conectar directamente con lo que falta en mi puerperio: un bebé.
Ha sido un momento feliz, de comunicación íntima, con mi bebé, esté donde esté. El otro día alguien me comentaba en el blog que Mi Pequeña Flor se había llevado una parte de mi corazón en su viaje (a donde quiera que sea) y que había dejado una parte suya para cubrir el huequecito. No dejaría de ser cierto en el sentido de que ya se sabe que el bebé que se está gestando es capaz de envíar sus células también al cuerpo de la madre. De hecho, hace poco que veía en Facebook un enlace que decía que el cuerpo del bebé en el útero es capaz de mandar células madres a los órganos del cuerpo de la madre en caso de patología en cualquiera de ellos. Me gusta pensar que hay partes de Mi Pequeña Flor en mí, que ella vive en mí.
Así pues, quizás ha sido un momento íntimo de conexión conmigo misma. No por ello deja de ser algo mágico, tierno y conmovedor al mismo tiempo. Algo que no pudo suceder en un entorno hospitalario bastante hostil, pero que tenía que suceder y lo ha hecho gracias a ese sentimiento de ser cuidada y sostenida, física y emocionalmente.
Belén publicaba hace poco un post en el que hablaba de los tres cuidados que necesita la madre, durante el embarazo y en el puerperio. Yo cada día estoy más convencida de que siendo lo físico el esqueleto, obviamente, en nuestro yo como madres necesitamos más de lo psicológico y emocional. Nuestro cuerpo cambia y se transforma con la maternidad, pero la psique y la afectividad deben ir parejas a esta eclosión para no quedarse atrás y no generar conflictos innecesarios en el nuevo rol que ha de asumir la madre, que hemos de asumir como madres.