Soy el padre Jorge. Quiero pedirte perdón...

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez



Abril de 2010. 
Abro el PAÍS. Una oleada de investigaciones, acusaciones, declaraciones, críticas y dimisiones se asoman a las páginas de este periódico (parcialísimo según mis hermanos Javi y Miguel; bastante imparcial, en mi criterio). Hace apenas un año que me aposté con Miguel Ángel a que los casos de pederastia eran muy numerosos entre el clero cristiano. - No más que en cualquier grupo social - me rebatía. Le invité a buscar en internet. Yo mismo lo hice. Los resultados (¡hay tanta des/in-formación!) podían dar la razón a cualquiera de los dos.
Un mes cualquiera de 2011.
Sin embargo ahora, un año después, un nuevo vendaval de noticias sobre estos casos ponen en valor mi opinión... No era necesario ser profeta extraordinario para ello. Las huellas en la memoria de un pretérito plus-cuam-perfecto  en los maristas mantienen levantadas banderas de alerta ante actitudes, personajes, sucesos... Creo en lo que dice el periódico.  Comparto sus líneas generales. Yo, mismo puedo escribir mi pequeño artículo al respecto.
Septiembre 1970
Tengo que retrasar los engranajes del tiempo hasta los catorce años. La máquina de mi personal intrahistoria se detiene en Arévalo (Avila). Llegamos en el autobús del tiempo al Juniorado de los Maristas. Un solar grande, despejado, con un íntimo bosquete de pinos y unas amigables pistas de deportes; presidido por un gran edificio de soleada fachada. En su interior un claustro acristalado luminoso y acogedor.
Llegar con 13 años a un lugar así. Todo tan desconocido. Deshacer las maletas para estar en compañía de otros 70 compañeros, adolescentes como tú. Todos tan distintos...
Y tantas cosas interesantes, bellas, excitantes... ¡Cómo no querer aprender, disfrutar, soñar...!
Y los hermanos: Ilusión y trabajo se reflejaban en ellos. Algún rasgo autoritario. Algún matiz de superioridad, de excesiva severidad... pero también alegría, juego, ánimo, enseñanza, deporte...
Y el director...  Sus gafas oscuras, su mirada terrible y acusadora cuando leía públicamente las notas, cuando dirigía la meditación o la oración... Serio, escrutador, inflexible... Todos le temíamos. Los hermanos también. Era inteligente, culto, poderoso...
Nosotros, cocteleras adolescentes, niños asustados y confusos junto a posibles depredadores infantiles... Pasamos dos años.
Nada objetivamente escandaloso pasó (que yo sepa), nunca se consumó ningún abuso (que recuerde); pero, con la perspectiva del tiempo, repasando las actas de la vida, encuentro algunos indicios, algunas sospechas que hacen pensar. Había un "no se qué" en las entrevistas con nuestro director en su cuarto  que sonaban a falso, algunos de sus intervenciones sobre mis amistades que, aparte de no entender en absoluto, no me parecían sinceras; algunos momentos que podríamos clasificar de voyerismo...
Recuerdo una función que preparábamos uno de aquellos años. Se trataba de algún tipo de exaltación nacional. El director vino a verme a mi habitación y me dijo: - Vamos a ver cómo  quedaría una cosa en la que estoy pensando: vas a aparecer envuelto en la bandera. Ven a probarte  cómo queda.  - Así que acudimos solos a una habitación y, en calzoncillos, me envolví en la bandera española. Me sentí tremendamente incómodo y avergonzado, pero no protesté. -  "Parece que estás desnudo". Me dijo tras un buen rato, demasiado para ser un simple casting... Afortunadamente no pasó de eso. O quizás deba hablar también de la invitación a una de sus reuniones con jóvenes de la localidad con los que realizaba cierto tipo de apostolado. Acudía a aquellas sesiones en coche y volvíamos solos y de noche. ¿Porqué me invitaba a acudir con él? ¿Simple formación?... No lo creo. Había motivaciones ocultas que acaso intuía pero que, a Dios gracias, no llegaron a más.
Julio 1974
Había una bonita piscina en la parte posterior del juniorado de Tuy. En el verano gallego, al mediodía, era un auténtico gozo darnos un baño después de un impetuoso partido de fútbol. Nosotros, jóvenes de 15 años, nos tirábamos en tromba, nos hacíamos aguadillas, nos buscábamos buceando bajo el agua, nos agarrábamos con fuerza, forcejeábamos con placer...  Las chicas ¡Ah, las chicas! Esos extraños seres, fascinantes pero lejanos, que veíamos en el instituto no estaban al alcance de nuestros cariño... Nosotros mismos era todo cuanto teníamos...
Un día cualquiera de 1975
En una de las asignaturas del postulantado (una de aquellas de formación religiosa que estudiábamos aparte de las duras asignaturas del COU) estábamos hablando del Beato Marcelino Champagnat. Era éste el fundador de la Congregación Marista y, como reflejaba abundantemente su biografía, era un dechado de virtudes, desde bien pequeño. Acabábamos de hacer un repaso panorámico de su vida y, no sé porqué, de repente me dí cuenta de que no hablaba "nada" de su relación con mujeres: apenas de su madre y, después, página y páginas en las que en todos los hechos, intervenciones, diálogos sólo aparecían hombre. Se me ocurrió hacer un comentario al respecto al hermano que nos instruía y, este, visiblemente molesto me replicó: - ¿Acaso están insinuando que era homosexual? El tono, el gesto, la forma de mirarme me hizo sentir profundamente sucio... Yo no pretendía decir nada de eso... ¡Simplemente había hecho una observación sobre algo que, incluso un niño pequeño, percibiría!. Empecé a pensar seriamente que quizá nuestro fundador lo fuera y, por alguna vergonzosa razón el tema debía censurarse...
18 de noviembre de 2014
Leo en PAÍS en mi tablet. Encuentro una noticia sorprendente: "El Papa fuerza la investigación a 10 curas por pederastia en Granada". El titular parece ser uno más de otros muchos que se han publicado en la prensa en los últimos años. Tras la muerte del polaco Juan Pablo II dejó de pensarse que "airear los abusos sexuales por sacerdotes solo buscaba el desprestigio de su iglesia". Su sucesor, Benedicto XVI, que guardaba en su despacho de presidente de la Congregación para la Doctrina d la Fe, innumerables dossieres reservados sobre los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, afrontó la difícil tarea de presentarse ante el mundo y decir la verdad: "Ha sido estremecedor para todos nosotros. Ha sido como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo ensució, de modo que el sacerdocio apareció como un lugar de vergüenza,y cada sacerdote se vio bajo sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de verano". 
Pero lo que, de verdad, me enganchó del artículo fue la constatación de que ahora, realmente, el papa se estaba remangando en la faena de limpiar la casa. La llamada personal, familiar y humana, al joven afectado por abusos que le escribió una carta personal de cinco folios contando su drama me hace pensar que se coge el toro por los cuernos. La forma, el lenguaje.. el estilo de este Papa muestra humanidad, ternura y cercanía. Supo dar lo que una víctima así necesita: el reconocimiento y la humildad del perdón y por boca de la máxima autoridad posible en la Tierra.
NOTA: Tras leer la noticia vuelvo a un antiguo borrador (¡de hace tres años!) en el que empecé a tratar este tema. Los apuntes que tomé los transcribo ahora.  Hoy quizás mis hermanos me concedan ya que los casos de pederastia en el seno de la Iglesia son más numerosos que un simple promedio estadístico de al población general. El tiempo ha ido demostrando que las noticias publicadas en los diferentes medios tenían sólidos fundamentos. Yo que viví en su seno, sé que la sexualidad necesita ser expresada. La manera cómo lo hagamos, la forma en que impliquemos a los demás en ello, puede conducir al delito, al pecado. Si el escandalizar a uno de estos pequeñuelos provocó una de las más terribles maldiciones de Jesucristo, el ocultarlo nos hace cómplices. Limpiar la imagen de la iglesia llevará generaciones. Empecemos ya.