Estaba echado sobre sus pechos. Tenía una manía limpia y pura de acercarme a ella. No había ninguna mala intención. Sus pies estaban sobre la pequeña mesa entre el sofá y el televisor. Empezaba progresivamente la temporada de frío. «Échate más cerca, dame calor». Todo era perfecto, todo excepto lo que estábamos viendo. Hace ya varias semanas que han estado ocurriendo asesinatos en la ciudad.
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Eran crímenes perfectos, nadie podía encontrar pruebas, ni, mucho menos, sospechosos. La policía empezaba ya a desesperarse y el ministerio ofrecía sumas desorbitantes como recompensa a quien pudiera dar alguna pista relevante acerca del paradero del malhechor. La ciudad estaba sumergida en la tragedia.
En fin, era un suceso que empezaba a volverse cotidiano por aquí.
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El vecino diariamente ponía su infernal reggaetón a las siete de la mañana y yo empezaba a desesperarme. Gracias al cielo, yo soy una persona bastante pasiva y lo único que hacía era acercarme cada día a su puerta, tocarle y pedirle que baje el volumen. Nunca lo hacía. En fin, me iba a realizar mis labores a las ocho y media. Era lo que más me encantaba hacer: alimentaba a los animales en un zoológico.
Me gustaba llevarme algo pequeño de cada animal: un poco de pelo, una uña pequeña, una muda de piel… En fin, era solo lo que se le caía a los animales, jamás le hacía daño a alguno.
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Los asesinatos se están haciendo más comunes. Esto es horrible y ella lo está sintiendo más que todos. Es una chica muy sensible y llora cada muerte como una hermana o una hija.
“Ayer llegaste tarde”- me dijo al despertar-“Mira las noticias”.
El vecino molesto había muerto y habían encontrado una pista por primera vez.
“¿¡Un pedazo de oreja de mono!?”
“Sí”- respondió después de unos minutos – “Solo espero que todo esté bien aquí.”
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Detesto las faltas de respeto, tanto como el ruido de cada mañana del estúpido que maté anoche, tanto como las de la estúpida que ya no está más aquí.