Soy yo

Por Louzan
Algunos creemos que el mundo, sus pobladores, se pueden dividir en dos. La clave del asunto está en decidir "en dos que". Dos mitades, claro, pero ¿bajo que criterio?.
El mundo se puede dividir entre los que han visto enteras las siete temporadas de "El Ala Oeste de la Casa Blanca" y los que no. Los últimos se quedaron sin ver su último episodio, "Mañana", sin entender lo profundo, lo sentimental, lo humano de esa frase en el cierre, cuando la mujer del presidente de los EE.UU en esta ficción, le pregunta a su marido, que acaba de abandonar el cargo tras 8 años durísimos; "Jett, ¿en que estas pensando?", "en mañana".
El mundo se puede dividir entre los que han oído el "Nessun Dorma" de la opera Turandot de Puccini con conocimiento de causa y los que no. Calaf le dice al pueblo de Pekín "que nadie duerma" mientras no se descubra el nombre, el suyo, del pretendiente que ha acertado las tres adivinanzas de la cruel Turandot, la princesa china de la que es pretendiente: "Al alba venceré!" canta Calaf, que interpretado por el desaparecido Luciano Pavarotti alcanzó sus más altas cotas. "Vinceró!"
El mundo se divide entre quienes han probado El Carro de 2010 y los que no. O Abel Mendoza Malvasía de 2005, o un Albamar de 2011. Una parte no pequeña del mundo ignora que existe un placer mayor más allá de la simple ingesta de vino. Incluso, de entre aquellos que se suponen en el lado correcto de esta raya imaginaria también hay multitud de ignorantes. El mundo se divide entre quienes han estado en el Louvre y los que no. Hay quien prefiere, allá cada quien, visitar Roma y el Vaticano con no se que afán espiritual. Yo la espiritualidad la dejé olvidada en un plato de callos en Asturias, rodeado de gente con alma y corazón. En el Louvre padecí, sufrí. Lo hice ante la irreversible verdad de que no podría entrar en aquellas salas a diario el resto de mi vida. Que muy probablemente, solo con mucha suerte, sería capaz en el futuro de volver a ver ante mi a la Victoria Alada de Samotracia, "Las Bodas de Caná" de Veronese o "La Virgen de las Rocas" de Leonardo. Que con muy poca probabilidad sería alguna vez capaz de volver a estar delante de "La Encajera" de Vermeer o de las "Mujeres de Argel en su apartamento" de Delacroix.
El "Ser o no ser" de Shakespeare dirimido en actos de pura lujuria emocional. No puedo beber vino. Pude y tal pueda, pero ahora no. Tampoco soy muy capaz de escribir. Donde antes las letras bailaban y se amontonaban certeras hoy salen de mi mente tal que alambre de espino, rajando y desgarrando todo lo que encuentran a su paso. No puedo más. Mi cabeza no quiere y hoy por hoy mi cabeza es la que manda. En mi peor momento soy mejor que el 95% de los que publican sobre vino (cobrando) y lo sé. Se que esto es así, sin falsas modestias y con muy poca pedantería. Lo se porque me lo han dicho, gente a la que respeto por su opinión y criterio. Pero lo se también porque lo veo y lo leo, desde la autoexigencia y sin complacencia alguna.
Pero ya no.
No quiero dejar de escribir así que lo haré "de vez en cuando". "El Presidente deberá, de vez en cuando, informar al Congreso sobre el Estado de la Unión y le recomendará las Medidas que él estime necesarias y convenientes", esto dice la Constitución de los Estados Unidos sobre la obligatoriedad del presidente de rendir cuentas al congreso. De vez en cuando. Si el puede...
Así que de vez en cuando escribiré, porque para mi es como respirar, un acto inconsciente. Y aunque mi respiración sea corta y mala, aunque tenga cada vez menos de inconsciente y mas de inconstante, yo tengo que escribir. Pero no sobre vino. Tal vez sí sobre personas, pero no sobre vino. No puedo beber, al menos no con la regularidad que merece este blog o aquellos que lo lean. No puedo mantener un criterio probando menos de 30 vinos al año. No es ni lógico ni medio normal. Tampoco lo es que participe en determinadas actividades relacionadas con este mundo, aunque de eso no hablaré porque es privado y muchos deben saber antes que nadie las razones y motivos. Pero no puedo escribir y debo atesorar cada palabra vertida para que no sobren ni falten.
No puedo escribir y me cuesta sentarme a teclear. Lo que antes llevaba 10 hoy cuesta 30 y eso no es para mi. El acto de teclear debe fluir, como la pluma, y aunque siempre he sido torpe en esto ahora es directamente desesperante. Empiezo este texto un jueves y lo acabo un lunes. Mis dedos no van al ritmo de mi mente y mi mente se ausenta sin motivos aparentes. Y con este coctel cuesta muchísimo ser veraz y certero. Y ya no hablo de escribir algo coherente y honrado que llegue, al menos, a tantos como ha llegado alguna de las cosas que aquí he escrito. Quiero divagar, cruzar umbrales, saltar vallas y correr sin sentido ni horizonte. Y eso es muy difícil cuando tus pies tropiezan entre si. Cuando el frío y la niebla te lo impiden. Quiero volar y no soy capaz ni de tomar impulso.
Lamento mucho todo esto. Mi ánimo es nulo y en estos tiempos de zozobra hacen falta payasos, no el "Grand Guignol". En aquel teatro parisino, el memorable Oscar Métenier ofrecía espectáculos basados en el drama mas horrendo, protagonizados por actores con las extremidades cercenadas y los ojos arrancados. Y la época que vivimos merece bufones, cómicos, no actores del método. El mundo del vino se rinde a la risa, al festival, a la juerga sin medida y a vinos mediocres que la llenen de burbuja y simpleza. Nada de tintos con garra y enjundia. Mejor burbujitas del montón, que no cuesten trabajo (no vaya a ser). Y así con todo. Así con la tele y el cine, así con reality`s y famoseo. Fuera estrecheces, adelante con el show.

Y yo no estoy para eso chicos y chicas. Me pide el cuerpo hablar de dramas propios y ajenos y no quiero. No quiero escribir así de mal para nada. Así que, de vez en cuando, escribiré, si, pero no sobre vino. O si, quien sabe. No lo se. Ni eso se.
El mundo se divide entre la media docena que leía La Trastienda de Louzán y los que no. Los que no se habrán perdido una época de lucha y verdad (no post-verdad). Y la otra mitad se habrán hinchado a leer a El Comidista, Peñín o Maribona. Eso que han ganado, eso que se han perdido. Es un país libre, o eso dicen.
Mi mundo se divide entre querer levantarme por la mañana y no querer. Y nunca quiero.  Mi mundo se divide entre escribir y sufrir o tumbarme y no hacer nada. Y lo segundo es infinitamente más cómodo, aunque duela en el corazón. Así son las cosas y no pinta que vayan a cambiar en un futuro inminente. No quiero escribir así, no debo, no puedo. Pero soy incapaz de dejarlo. Es un dilema. Es un castigo. Soy yo.