¿Soy yo, Lars Von Tier, un psicópata? – Crítica de “La casa de Jack” (2018)

Publicado el 10 febrero 2019 por Manuzapata @vivazapatanet

Siempre me llamó la atención aquel plano fijo, ingenioso antecedente del videoclip, con Bob Dylan dejando caer, uno tras otro, carteles con palabras sacadas de la letra de una de sus canciones, Subterranean Homesick Blues. Lars Von Trier ha utilizado recurrentemente la misma idea, con Matt Dillon en lugar de Dylan y sustituyendo el blanco y negro por color. Rótulos que salen de las manos del actor en los que se leen distintos términos.

Egoísmo, vulgaridad, mala educación, impulsividad, narcisismo, inteligencia, irracionalidad, manipulación, cambios de humor, superioridad verbal. Un psicópata no acepta su diagnóstico, arguye Verge. Yo lo hice, le contesta Jack. Por ejemplo, la falta de empatía del psicópata. Me esforcé mucho por fingir empatía. Y, como el Travis Bickle de Taxi Driver, ensaya poses ante el espejo, copiando las de gente en fotos. Y suena Fame de David Bowie. Me siento protegido por algo superior cuando pienso en todo lo que he hecho sin recibir castigo.

A través de este personaje, Jack, y de su acompañante, Verge, Von Trier trata de diseccionar la psicopatía. Las finas pinceladas se mezclan con toscos brochazos para trazar su particular anatomía de un psicópata convertido en asesino en serie. En un ingenioso arranque de humor negro, negrísimo, dota a este tipejo de trastorno obsesivo compulsivo; es incapaz de abandonar una habitación si todo no está perfectamente ordenado e impoluto. La escena de cualquiera de sus crímenes, con salpicaduras de sangre en suelo y paredes, no parece lo más tranquilizador para alguien que sufre este TOC y ha de salir huyendo antes de que llegue la policía.

Lo realmente desagradable, por escalofriante, es el afán incendiario del director danés en cuanto a la crueldad explícita en pantalla. Un crescendo que tiene su pico en una auténtica salvajada con niños de por medio. Reincide. La única escena comparable a esta se encuentra en Anticristo, y te deja también con el estómago revuelto. La polémica reside en la pertinencia de enseñar de manera tan cruda un asesinato a sangre fría para abrir un debate sobre la forma en la que el cine muestra la violencia. ¿Resulta necesario ser tan gráfico para que afecte al espectador? ¿El plasmarla de modo menos evidente nos haría banalizarla?

Trier se psicoanaliza. El discurso de Jack es el suyo propio. Utiliza fragmentos de sus trabajos en los doce minutos más brillantes de la cinta donde su particular Virgilio (portavoz del público) le echa en cara su profunda depravación. De manera que el culmen de esta provocación es diagnosticarse a sí mismo tamaña psicopatía. Llega a decir por boca de Jack que un artista debe ser cínico, sin preocuparse por el bienestar de humanos y dioses en su arte. Una manera de tomarse, con mucha ironía, a sí mismo a chufla, cosa que a los que pensamos así de él nos resulta tan interesante como estimulantes aparecen los segmentos más reflexivos del filme. Pero el exceso, la recreación en la violencia a partir de un límite realmente insoportable, fagocita cualquier atisbo de brillantez que podamos concederle.

Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos

Copyright imágenes  ©  Zentropa Entertainments, Copnhagen Film Fund, Eurimages, Film i Väst, Centre National du Cinéma et de l´Image. Cortesía de Golem Distribución. Reservados todos los derechos.

La casa de Jack

Dirección: Lars Von Trier

Guion: Lars Von Trier, a partir de una historia de Jennie Hallund

Intérpretes: Matt Dillon, Bruno Granz, Uma Thurman

Fotografía: Manuel Alberto Claro

Montaje: Jacob Secher Schulsinger y Molly Malene Stensgaard

Duración: 152 min.

Dinamarca, Francia, Alemania, Suecia, 2018

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